Historias de sinhogarismo en Zaragoza: "En el albergue hay pabellones para el frío que podrían abrir"
El parque Bruil es uno de los focos de sinhogarismo de Zaragoza. Es también el reflejo de que cada vez hay más gente joven en la calle. Desde dos perspectivas diferentes, Basílica Cristiano Odor, que duerme en el Albergue, y Bertrand, un treintañero sin casa, comparten su situación y claman por soluciones

El joven Bertrand, en el parque Bruil, este lunes. / Laura Trives
No abre demasiado los ojos. Le refleja el sol. Pero sonríe. Basílica Cristiano Odor (1967) pasea en silla de ruedas por el parque Bruil de Zaragoza, donde de un tiempo a esta parte se ha formado uno de los asentamientos de personas sin hogar más numerosos de la capital aragonesa. Lo hace tranquilo, despacio. Apenas tiene que sortear enseres porque están apilados en montones. Y este es su camino habitual. «Durante el día estoy mejor en la calle que en el Albergue porque soy muy tranquilo», explica.
Basílica Cristiano Odor, de origen rumano, vive en Zaragoza desde hace seis años. Cuenta que es usuario del Albergue Municipal desde que le operaron de la rodilla, que es la intervención por la que ahora tiene que ir en silla de ruedas. «Estuve ingresado en el Servet y luego he tenido que ir cinco veces para revisar», comparte.
Y aunque agradece el recurso habitacional, no le gusta pasar mucho tiempo en él porque la convivencia, dice, no es buena. «No te puedes quedar allí. Uno se está quejando, uno está gritando y, durante la noche, hasta las 23.30 horas, la tele está muy alta», señala. Por eso, por la mañana sale a pasear y, durante la tarde, le visita un voluntario que le lleva rompecabezas y otros juguetes que le permiten distraerse. «Si te digo la verdad, para la noche me compro un cartón de vino y me lo tomo para dormir tranquilo y con las personas que son un poco más compatibles conmigo», reconoce.

Basílica Cristiano Odor, usuario del Albergue Municipal, en el parque Bruil de Zaragoza, este lunes. / Laura Trives
Es así como pasa un día a día en el que, cuenta, está solo. «Mi hijo falleció hace cinco años en Alemania, y estoy divorciado desde hace ya 30 años», comparte con cierta angustia. La ausencia de su familia es su punto débil. «Encima, no tengo documentación porque me la han robado. Solo tengo unas fotocopias antiguas. Consulado me pide un certificado de divorcio y no sé cómo lo voy a hacer», añade.
Basílica Cristiano Odor da un salto al pasado y recuerda los 12 años en los que trabajó como soldador buceador -tareas de soldadura bajo el agua- en Noruega, al que siguieron otros 2 años en otras delegaciones de la empresa. Después, llegó la calle, en la que, dice, ha vivido «muchos años». Y también por eso, para no hacerse daño comparando su pasado y su presente, prefiere salir a la calle y distraerse.
De sus años en la calle ha aprendido que «mucha gente no quiere ir al Albergue» u otros recursos porque se deben seguir ciertas normas -como ejemplos, horarios de entrada y salida, restricción de alcohol u otras drogas, etc.- a los que no se quieren ajustar. Pero denuncia la situación de sinhogarismo que tiene frente a él. «En el Albergue hay sitios para el frío que pueden abrirlos pero que no lo hacen hasta que se está bajo cero», expone.
Por detrás de él, sentado en una hamaca, descansa un joven treintañero Bertrand. (1995). Nacido en Camerún, hace ya cuatro meses que duerme en el parque Bruil. «Antes había más gente, ahora estamos menos que antes», cuenta con un muy buen español. «Es que voy a clase en El Carmen, y hoy voy a empezar otras nuevas», comparte sonriente al tiempo que desde su móvil enseña a dónde se tendrá que desplazar para estas sesiones.
Calcula que duermen allí entre 40 y 50 personas. «La gente, las asociaciones, vienen a ayudar todos los días», agradece. Pero su principal dificultad sigue sin resolverse. «El problema que tenemos es la habitación», remarca.
Lo que más ha notado en los últimos días es la bajada de temperaturas. «Los africanos no estamos habituados al frío», explica. Mira con los ojos muy abiertos, agradece la conversación y vuelve a su hamaca. Por delante, otro día más en el parque Bruil.
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