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Las empleadas de hogar lo tienen claro: "Este trabajo no es atractivo. No lo quería para mis hijas"

Tres historias diferentes, un mismo mensaje. Jorgeta, Dolores y Lili coinciden en que las precarias condiciones laborales pueden desembocar en falta de personal en un futuro cercano

La limpieza de la casa es una de las tareas principales.

La limpieza de la casa es una de las tareas principales.

Zaragoza

A primera hora de la mañana, cuando la ciudad se despereza, muchas mujeres han comenzado su jornada limpiando, planchando o preparando el desayuno de otras familias. Son las empleadas del hogar, un colectivo imprescindible pero en demasiadas ocasiones invisible. La mayoría va cumpliendo una edad y acumula décadas de trabajo silencioso, casi siempre con pocas garantías laborales y mucho esfuerzo físico.

"Llevo trabajando desde que llegué hace 19 años. Claro que pienso ya en la jubilación porque tenemos una edad, pero creo que aún me queda tiempo", explica Jorgeta, una trabajadora rumana que está completamente asentada en Zaragoza. "No me veo trabajando en otra cosa", añade.

La mayoría de las trabajadoras encadena varias casas o cuida a personas mayores que necesitan atención constante. No hay margen para el descanso: la carga de trabajo es alta, los horarios largos y los salarios, ajustados. Muchas reconocen que la jornada no termina cuando el reloj marca la hora de salida. "En mi caso, lo que más pesado se me hace es el tiempo que paso por la calle y los ratos de espera del autobús. Estoy muy contenta en mi trabajo. Llevo muchos años y no lo cambio por nada. Me tratan muy bien", asegura.

La edad pesa. Los datos lo confirman y basta con mirar alrededor para comprobarlo: el sector está envejecido. Apenas se incorporan jóvenes, y eso se nota. "Prefieren dedicarse a otras cosas. Mi hija, por ejemplo, tiene estudios universitarios y está cursando un máster. Yo no quería esta profesión para ella", reconoce Jorgeta, quien reitera que "piensa en la jubilación". Sin embargo, no la ve cerca.

Dolores tiene 61 años y llegó desde Nicaragua hace 18. "Es un sector que está envejecido. No creo que las jóvenes quieran dedicarse a esto. Tengo dos hijas que se formaron y están trabajando en otras cosas. Cuando vinieron a España empezaron cuidando ancianos, pero ahora ya no".

El problema son las condiciones: "Este trabajo no se ve como algo atractivo. Si fueran buenas, la gente joven se lo podría plantear. Pero no es así. Quienes llegan con necesidad de trabajar, a veces se ven obligadas a aceptar empleos como internas, y eso es muy duro. Estar interna es un trabajo esclavizado. Prefieren buscar otra cosa".

Con más de una década cotizada, ya piensa en la jubilación, aunque sin muchas esperanzas: "He pensado en ello, pero no he tenido la oportunidad. Llevo 13 años cotizados, así que lo único que espero es alcanzar por lo menos la pensión mínima". También le preocupa el futuro del sector: "Está bastante escaso. Si no se pone remedio, no habrá empleadas suficientes", apunta Dolores.

Hay compañeras pasándolo mal

Lili, también nicaragüense, lleva dos décadas en España y conoce bien la realidad del trabajo doméstico. "Como no se ha dado la regularización masiva que se esperaba, algunas compañeras lo están pasando mal", comenta.

Tras muchos años como interna, ahora trabaja como auxiliar domiciliaria para una empresa vinculada al ayuntamiento. "Me pude regularizar después de cinco años aquí, porque nadie quería hacerme contrato. Ahora ya sí, pero con los altibajos que he tenido, no sé si llegaré a los 69 o 70 años trabajando. Tengo 65 y aún sigo".

A Lili también le preocupa la falta de relevo. "Hay chicas que vienen preparadas de sus países, pero es difícil que puedan ejercer sus profesiones aquí. A mí me pasó. Soy licenciada en Economía y no pude convalidar mi título. Trabajé para traer a mis hijos, y eso fue lo que logré: que se formaran y vivan mejor. Mi hija es educadora social y mi hijo también tiene un buen trabajo", termina.

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