Cuatro victorias en trece jornadas, dos en las últimas once, son ya números preocupantes. Si a eso se le añade la mala imagen dejada por el Casademont Zaragoza en la mayoría de los encuentros, este mismo domingo frente al Fuenlabrada, y la prematura eliminación europea el resultado es que a Jaume Ponsarnau se le está acabando el crédito. El entrenador del equipo aragonés está en la cuerda floja y la entidad se plantea hacer un cambio más, después de los efectuados en la plantilla, esta vez en el banquillo para intentar enderezar la situación.

Ponsarnau fue el elegido el pasado verano tras una campaña con tres entrenadores (más Sergio Lamúa de interino en una jornada) para dotar al banquillo aragonés de la estabilidad que no ha tenido en los últimos años. El preparador catalán firmó un contrato de dos años y el Casademont siempre ha defendido que era un entrenador para un proyecto a medio y largo plazo. Pero la realidad es que el equipo no mejora, no termina de funcionar, ha cambiado ya el cinco y el base con la temporada en marcha y los resultados no llegan. La derrota frente a un rival directo como el Fuenlabrada ha sido una gota más, quizá la última, porque el equipo aragonés se ha quedado ya sin margen, a una sola victoria de los puestos de descenso, por encima de un Bilbao que tiene un partido menos.

Para poder dar ese paso definitivamente el Casademont Zaragoza necesita un recambio, ya que ahora tampoco cuenta con ningún técnico con experiencia en esas labores ni en el staff ni en la estructura del club. El mercado de entrenadores con experiencia reciente en la ACB es muy escaso y la entidad debe rastrear bien el mercado porque no puede permitirse más errores.

La trayectoria

En defensa de Ponsarnau queda el hecho de que perdió dos jugadores llamados a ser importantes, Cook y Yusta, antes de comenzar la temporada. Nunca se sabrá qué hubiera ocurrido sin esas dos lesiones, pero la realidad es que tres meses después el club ha cambiado una vez el puesto de base con la llegada de Bone y las salidas de Sipahi y García, y ya ha tenido que traer también otro cinco porque la idea de un pívot pequeño no termina de funcionar, aunque el Casademont insiste en ella. Tres meses después de empezar la temporada no están definidos los roles del equipo y tampoco está claro a qué juega el Casademont.

El equipo aragonés solo fue capaz de ganar los dos primeros partidos, frente a Manresa y Bilbao, y después a un desconocido Breogán y a un Betis en los estertores de Joan Plaza en el banquillo. En todos los demás ha estado lejos, o muy lejos, de poder llevarse el partido. Ayer el Fuenlabrada, un rival directo en la clasificación, le pasó por encima sin ninguna reacción del equipo aragonés, metiéndole de lleno, si no lo estaba ya, en la pelea por eludir las dos plazas de descenso a la LEB Oro.

El Casademont sigue sin encontrar su camino. La acumulación de entrenadores y de cambios en el equipo hacen que la amplitud de responsabilidades sea mucho mayor que solo la del banquillo. El club lleva dos temporadas sin acertar en su proyecto, sin hacer algo que merezca tal nombre. Dos temporadas de continuos cambios que no sirven para mejorar lo que había ni para enderezar el rumbo del equipo. Cambios que solo afectan a la plantilla y al banquillo y que sigue realizando el mismo director deportivo. El siguiente apunta a ser de nuevo en el cuerpo técnico pero habrá que ver si no es el último.