El Periódico de Aragón

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CASADEMONT ZARAGOZA

La contracrónica del Casademont Zaragoza-Andorra. Nadie al volante

El miedo se apodera de un Casademont sin liderazgo en la pista ni en el banquillo. La grada, resignada, parece asumir la tragedia

Un aficionado, con gesto desesperado durante el partido. JAIME GALINDO

El Casademont Zaragoza fue un alma en pena desde que, a falta de seis minutos, el Andorra se puso por delante en el luminoso. En realidad, se veía venir. La fragilidad anímica de la plantilla, su extrema facilidad para venirse abajo al primer golpe y, sobre todo, la abdicación de Ferrari como líder espiritual del equipo, dejaron al conjunto aragonés a merced de un oponente que, sin embargo, le dejó con vida un par de veces. 

Ganó el Andorra, sobre todo, porque tiene jugadores capaces de asumir el rol que les corresponde. Cuando vienen mal dadas, cuando se necesitan héroes, Hannah y Miller-McIntyre toman el riesgo y la pelota. Así debe ser. Sobre ellos recae el peso de todo un equipo y ellos, conscientes de su responsabilidad, dan un paso al frente. 

En el Casademont, sin embargo, el paso se da hacia atrás. Parecía Ferrari el señalado como guía de una escuadra vacía de fe y esperanza hasta la llegada del base, pero Frankie, que lleva un mes en Zaragoza, se ha ido. Su efervescencia se ha esfumado y ha dejado al Casademont en la misma casilla que estaba. Esa que está a un solo paso del abismo.

Con su referente fuera de juego, Kilpatrick, que también acaba de llegar, levantó la mano y pidió paso. La decisión, aceptada por el entrenador, dejaba la vida del Casademont en manos de un jugador que apenas ha dejado un puñado de ratos buenos desde que llegó. No parece, desde luego, el más indicado para asumir semejantes galones. Pero, sobre todo, para que se los otorguen.

Y, claro, Kilpatrick falló. Pero eso no fue lo peor, sino la forma en que eligió errar. Siempre individualista y sin mirar alrededor, primero fue un tiro a media distancia que ni tocó al aro a pesar de disponer de tiempo para buscar otra opción. Ahí perdió el Casademont su oportunidad para ganar el partido y acelerar la limpieza absoluta que requiere una temporada desastrosa arriba y abajo. En la cancha y en los despachos. 

El fallo del americano, sin embargo, no impidió que volviera a asumir la responsabilidad en las dos prórrogas. También fracasó. Kilpatrick, el elegido, erró los cinco triples que intentó y lució un desastroso 33% (4 de 12) en tiros de dos. Una ruina similar al horrendo 56% en tiros libres indigno de un equipo ACB.

Ya lo dijo Ponsarnau

En realidad, el problema del Casademont va mucho más allá del acierto. Algo se ha hecho muy mal cuando se pone el futuro de una entidad en manos de un jugador al que solo su entrenador considera capaz de ganar partidos. Sakota, que transmite la sensación de que esto no va con él, parece ya tan superado y entregado como lo estaba Ponsarnau. «Somos candidatos al descenso», dijo antes de ser despedido. El tiempo le ha dado la razón. 

Así que, sin nadie a quien agarrarse, la afición parece resignada al desastre. Los cerca de 7.500 fieles que se dieron cita en el pabellón apoyaron y empujaron hasta el final, con la fe depositada en lograr esa maldita victoria como fuera para cerrar la permanencia y abrochar una campaña para olvidar. 

Pero este Casademont les condena a seguir sufriendo, aunque ya no queda sitio ni para el enfado. El hastío y la tristeza se han apoderado incluso de la fe y la esperanza en un equipo que ya se ha quedado sin aquella luz que parecía iluminar el camino. El Casademont vuelve a ser, desde hace varias semanas, aquel equipo indescifrable sin un plan más allá de la inspiración individual y en el que se acumulan las decisiones incomprensibles desde el banquillo.  

La cuestión es si la salvación ahora es un milagro o si ya lo era antes.

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