Muchas antiguas poblaciones se levantan sobre escombros de distintas épocas. Pero esos vestigios pueden también ser recientes y, por el mero efecto del paso del tiempo y la acción de los elementos, han podido mimetizarse mal que bien con el paisaje e incluso con las edificaciones más próximas.

Este fenómeno, más frecuente de lo que se cree, ha ocurrido en Albarracín, que está considerado uno de los pueblos más bellos de España. De ahí que la Fundación Santa María, que vela por la conservación y recuperación del patrimonio arquitectónico de la villa medieval, se haya embarcado recientemente en la retirada y reutilización de los escombros que se fueron vertiendo a mediados del siglo pasado al sur de la localidad, bajo un tramo de la muralla que circunda la localidad serrana. Se trata de una zona escarpada y en apariencia poco visible que podía pasar inadvertida para los turistas, pero no así para los vecinos, que siempre han sabido que los albañiles se deshacían de los materiales de derribo en ese paraje donde parece que se acaba el pueblo

Ahora se considera que ese proceder expeditivo era una forma poco rigurosa de librarse de los abundantes cascotes que generan las obras, pero estuvo vigente durante décadas y llegó a modificar el paisaje de las afueras, afeándolo y desfigurando sus contornos. 

«Se trata de bloques de hormigón, de ladrillos rotos y de fragmentos de loza que, andando el tiempo, se han ido medio cubriendo de tierra y vegetación, pero que siguen ahí, como formando parte del espolón rocoso sobre el que se levanta Albarracín», explica Antonio Jiménez, gerente de la Fundación Santa María.

En la zona objeto de la actuación, detrás de la torre de Doña Blanca y por debajo del cementerio local, se calcula que se amontonan en torno a 2.000 toneladas de escombros. «y ahora se han retirado unas 350 en dos acometidas», explica Jiménez.

Un terraplén de tierra fértil cubre la antigua escombrera de Albarracín.

El terreno liberado de esta manera, situado en un terraplén próximo a un meandro del río Guadalaviar, se ha regenerado «en busca de su aspecto original». Se ha rellenado con la misma masa terrosa y pedregosa existente en las partes mejor preservadas y se han plantado especies vegetales propias del entorno de Albarracín. Además, se ha sembrado hierba con el fin de que, al final del proceso de restauración, haya desaparecido la cicatriz que deja toda intervención en la naturaleza.

Los propios cascotes se han vuelto a aprovechar en la medida de lo posible en el mismo emplazamiento, de 110 metros de anchura, pero ya como sustrato firme sobre el que llevar a cabo la restauración paisajística. La operación, que ha costado más de 30.000 euros, ha tenido un positivo impacto estético en un rincón muy característico de la villa medieval que sirve de mirador del río que la rodea y que, bajo ese preciso lugar, cambia bruscamente de dirección describiendo una cerrada curva.

Ese punto del casco urbano llegó a estar muy degradado. Durante varias décadas, entre los años 60 y 80, explica Jiménez, como ocurrió en tantos lugares de Aragón, se habilitó el terraplén para el vertido de restos sólidos. En aquellos años se sucedían los trabajos de restauración de edificios, monumentos y viviendas y era necesario disponer de un espacio cercano en el que arrojar los materiales de desecho.

«La cubierta vegetal se ha trabajado especialmente a base de tierra, estiércol y trozos de corteza de pino», precisa el gerente de la Fundación Santa María. La idea era crear un suelo apto para la plantación de arbustos y especies arbóreas propias de la sierra de Albarracín, como las que se encuentran junto a las escarpadas orillas del Guadalaviar.

Capa fértil

 Así es como se ha podido formar una «capa fértil» de entre 30 y 40 centímetros de espesor que, cuando crezca la vegetación, «mejorará el aspecto de ese tramo de muralla», subraya Jiménez. Se trata, asegura, de una restauración «muy novedosa». De hecho, continúa, ya se puede apreciar que empieza a brotar la hierba gracias a la lluvia caída esta primavera. «Hasta hace no muchos años, en las actuaciones que se llevaban a cabo en antiguos edificios, todo giraba en torno al propio monumento, mientras que el entorno pasaba a un segundo plano», afirma el gerente de la fundación. En este proyecto, en cambio, se ha buscado compaginar el aspecto y el estado de la muralla con el cuidado del espacio sobre el que se eleva.

«Ahora, una vez saneada la zona, se ha repoblado con unas mil plantas el talud resultante», precisa Antonio Jiménez. Con este paso, dice, Albarracín ha logrado avanzar un poco más hacia el objetivo que se fijó la fundación Santa María hace más de dos décadas: devolver a la villa, a sus calles y también a su perímetro exterior, el aspecto original. 

La muralla, de más de un kilómetro, avanza hacia su plena recuperación

La muralla que rodea Albarracín, que mide algo más de un kilómetro de longitud, es uno de los elementos más característicos de la villa turolense, hasta el punto de que forma parte inseparable de su perfil. Desde su creación, la Fundación Santa María ha ido rehabilitándola tramo a tramo y, por ejemplo, ya se han recuperado totalmente 500 metros situados en la parte trasera de la catedral. Ahora, tras la regeneración del entorno paisajístico situado bajo la torre de Doña Blanca, quedan pendientes de acometer otras zonas que, como en el tramo precedente, recibirán subvenciones de la Dirección General de Patrimonio del Gobierno de Aragón. La muralla, que es discontinua, se adapta al terreno agreste de la villa y la ciñe, sobre todo por su parte norte, donde se encuentra la torre del Andador, y por el flanco oeste, en el que se abren los portales de Molina y del Agua. Los tramos que han llegado hasta nuestros días son del siglo XIV, pues a lo largo de la historia se realizaron ampliaciones sucesivas. Llama la atención es que el propio emplazamiento de Albarracín, sobre un espolón rocoso, constituyó en tiempos su mejor recurso defensivo en una zona de contacto entre los reinos de Aragón y de Castilla, si bien a partir del siglo XVIII las murallas perdieron por completo su carácter protector frente al enemigo.