Un cartel recuerda la prohibición de hacer rallies. La carretera hacia Centenera invita al derrape descerebrado. Estrecha y serpenteante. En una bajada queda una recia construcción de altos muros de piedra. Es Molino Centenera. Varias tiendas descansan en el prado vecino, un antiguo huerto de patatas. Algún coche siembra de ruido la paz de un lugar que descubre al fondo el Turbón. Julia aprovecha la leve cobertura para hablar con Madrid desde la casita de tablas colgada de un árbol. Javier se despierta de la siesta. «En este costado de la campa pondremos la pantalla. De seis metros. Será hinchable»», advierte.

Javier es el molinero. El barranco de Pinares baja seco. Antes rugía para moler el trigo y oliva, producir energía que marchaba a Erdao o algún Mas en Fantova, todos abandonados. «Aparece en los documentos de la desamortización de Madoz a mediados del siglo XIX, pero será anterior. Tenía tres usos y un horno donde se hacía pan, algo único. Estuvo activo hasta los setenta», cuenta su propietario. Su producción hoy es de sueños, de viajes hechos y por hacer, geográficos y vitales, esos que Javier Selva quiere proyectar en un festival que nace sostenible, verde, rural, al aire libre y con un cartel inédito para un punto tan recóndito como Molino Centenera.

Vagamundos es la última aventura de este manchego «enamorado del Pirineo» que encontró su lugar en el mundo hace quince años en este rinconet de Ribagorza después de perderse por la Antártida, Tierra de Fuego, Alaska, Groenlandia, Himalaya... «Lo más parecido que hay en la tierra a la Antártida es Marte. No se parece a nada de lo que has visto nunca, aunque hayas estado en Groenlandia o en Islandia, te deja una huella», afirma este productor, cámara y fotógrafo especializado en condiciones extremas.

Y condiciones extremas es montar de la nada un festival «bajo las estrellas». Las del cielo y las del cine. «Ha estado a un pelo de venir Maribel Verdú», anuncia este productor, de películas y de tomates rosas ecológicos.

La turbina eléctrica del molino surtirá de energía sostenible al evento. | S. R.A.

Tirar de contactos

Del 4 al 6 de agosto vendrán a su casa el consagrado director Gerardo Olivares (14 kilómetros, El faro de las horcas…), que intervendrá en el posterior coloquio tras ver Cuatro latas, e Isabel Coixet y Carla Simón, en espíritu y vídeo. «Ambas nos han dejado un pequeño mensaje grabado». De ellas proyectarán las premiadas Nadie quiere la noche, con la participación del explorador polar español Ignacio Oficialdegui, y Alcarrás, con la presencia de parte de los actores que la han protagonizado y el sociólogo rural Manuel González Fernández.

Javier ha tirado de agenda y contactos para montar un evento que se cubrirá con tres talleres especializados. El periodista Dioni Serrano impartirá el primero sobre literatura de viajes, la profesora de Bellas Artes Julia Vallespín hablará sobre cuadernos y dibujos de viajes y el cámara Luis López Soriano explicará la dificultad de grabar en condiciones extremas.

La colaboración no es externa. Su alianza con la asociación cultural Llagure de La Puebla de Fantova ha llevado a varias acciones, como lavar la cara de las antiguas escuelas, habilitadas como Espacio Joven para la proyección de documentales y cortos. «Para el pueblo es todo un acontecimiento. Lo vamos a poner en el mapa. No es que tenga una economía vinculada al turismo, pero si tiene éxito, esto tendrá una continuidad. Me gustaría que el festival se alargará durante cinco o seis días, añadir conciertos o performances», indica optimista Selva. Para empezar, han habilitado una zona de acampada y alojamientos en el Albergue del Castillo de Fantova.

Su intención es perdurar. Para ello ha puesto el sello del primer festival sostenible y sin emisiones. A la apuesta por el reciclaje, sin plásticos y mínimos residuos, se suma la autogeneración de energía renovable desde la turbina eléctrica del propio molino y otro eólico. «Aspiramos a que vengan 200 o 300 personas. Ser un polo de atracción para que se conozcan estos pueblos. Y que alguno repita. Y de esos, que alguno se enamoré del lugar y quiera quedarse», añade Javier Selva. Como hizo él en su molino.