El Periódico de Aragón

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TRIBUTO A LOS TESTIGOS DE LA DESPOBLACIÓN

Una historia sobre despoblación: el 'perfecto' guarda de Ginasté

El Festival Murmuro homenajeó a Perfecto Porte, el vecino que decidió no emigrar. Esta muestra instala murales que animan a visitar los pueblos de Montanuy en Ribagorza

Ginasté recibe al visitante con una primera intervención artística que el Festival MurMuro, arte con la calma, ha generado en sus dos ediciones en los pueblos del municipio de Montanuy.

Saben el camino. Calle arriba hacia los pastos. Los perros poco achuchan. El rebaño pasa sin mirar a ese grafitero liado con sus colores en la pared. El pastor mira de reojo. A la bajada distingue su reflejo. "Me reconocí. Le pregunté qué estaba haciendo y no me quiso decir, ni enseñarme la foto".

Perfecto Porte posa ante su enorme espejo de piedra. Con orgullo tras ese primer mosqueo. No hay duda, es él. En el lateral de una borda guarda y defiende Ginasté como siempre lo ha hecho. "Un vecino me dijo el otro día que estaba pixando y al volverse me vio mirándole desde el mural. Ahora me entero de todo lo que pasa", bromea este buen hombre.

La intervención artística del Festival MurMuro, arte con la calma ha incluido este homenaje a Perfecto, una muestra que introduce escenas de la vida rural pintados en espacios públicos de Montanuy como enganche a visitar y embellecer sus pequeños enclaves pirenaicos de Ribagorza, azotados por la despoblación y el envejecimiento de sus gentes.

No intuye la razón del honor. Por humildad. Por bonhomía. Por respeto. Justo los motivos por los que en Ginasté nadie duda de por qué él merece ser su vigilante eterno. Es ejemplo de amor a su pueblo, de resistencia. Pudo marchar, hasta se fue para volver, por la familia y por esas montañas. Aguantó cuando eran solo tres y casi todas las casas estaban cerradas. Ahora son unos 15 empadronados y en verano vuelve el bullicio.

Perfecto Porte posa junto al mural que le homenajea en su pueblo.

Perfecto Porte posa junto al mural que le homenajea en su pueblo.

Cartero y ganadero

Perfecto era el hijo del cartero y de él heredó el oficio. "Recogía el correo en Vilaller y si me daba tiempo subía al autobús de línea hasta Aneto. Luego bajaba andando. En verano, bien, pero en invierno se te hacía de noche y chelaba", recuerda.

Luego dejó el puesto a su hermano y él se puso con las uvellas y las vacas. Hacía la trashumancia en sentido contrario, del Pirineo a la tierra plana. "Pasábamos el invierno en Binaced, Zaidín, Esplús…". En verano subían a los pastos de altura en el Valle de Arán.

"Del pueblo reuníamos 8.000 cabezas. Hoy no serán más de 3.000. Nos íbamos 6 o 7 pastores". Este año han contratado a un chico rumano que cuida de todas. "Nosotros cogíamos abrigo, manta y la mochila y a dormir donde se podía", pasaban días sin ver a nadie. "Ahora te suben en coche y en la cabaña tienen ducha, electricidad y nevera. Mejor, así tiene que ser".

Perfecto fue viendo cómo marchaba la gente. De los catorce que iban al colegio en Forcat quedaron pocos en el valle. A trabajar en las minas, con las eléctricas de los pantanos, al tajo de la ciudad o bajar al llano. Hasta a él le tentaron. "Con 17 años, unos amigos de mi madre me llevaron a Barcelona como taxista. Fui con mi hermana. Duré ocho días y eso que había una vaquería y un campo de ensaladas cerca de casa", narra.

Volvió con madre, porque "a ella nadie la iba a sacar de allí", de su casa "pequeña y noble", a estar con sus sobrinos, porque "Chinast es lo mejor que hay en el mundo, lo más sano, donde se vive más feliz y libre".

Poco a poco empezó la lenta repoblación, fenómeno del que él fue el primer culpable. Por amor. En sus bajadas al llano la conoció. Con 60 años, cuando no lo esperaba. "Siempre digo que fue ella quien me encontró a mí", recuerda. Su historia de amor denota quién es Perfecto. "Ella había enviudado joven, tenía depresión y se había ido con su hermana a vivir, que tenía un bar donde yo tenía a las ovejas. Como la veía tan mal, le daba conversación, ánimos, salíamos a andar, no la quería dejar sola…".

Algo haría porque, al siguiente verano, Montse se plantó sin avisar en Ginasté, quería vivir con él. "Yo le dije que qué hacía allí, que no aguantaría". Aguantó. De eso hace más de quince años y allí siguen. Y con ella trajo a Eric, su nieto, el primer niño del pueblo en mucho tiempo. "Ahora tiene 17 y se irá fuera aunque lleva Ginasté en el alma. Nos faltan niños".

Es lo único que resta a un pueblo que revive con casas recuperadas y nuevos pobladores, gente de fuera "que se adaptan a lo que somos, no protestan si el gallo canta, el perro ladra o pasan las ovejas".

Ahora en verano vienen más, pero son los que están, los que se quedaron, como Perfecto, los que le dieron esa oportunidad a Ginasté. "Porque somos los que conservamos el territorio y gracias a eso estamos aún aquí. Somos los que comprobamos si alguna farola se ha fundido, si alguna pared se cae, algún árbol ha bloqueado algún camino… Si no, estaría todo perdido". Por eso Perfecto tiene su mural. Porque él es Ginasté. 

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