VIDA DE UNA GEISHA

AUTORAS

Mineko Iwasaki y Rande Brown

EDITORIAL Ediciones B

PAGINAS 283

PRECIO 17,50 u

Hace ahora 5 años, Arthur Golden se hizo rico y famoso con sus Memorias de una geisha . El best-seller, del que ha vendido hasta la fecha cuatro millones de ejemplares, le costó una demanda por difamación de Mineko Iwasaki, quien le acusó de manipular sus confidencias para escribir una historia falsa y sórdida. La ley aún no ha resuelto la demanda, pero Iwasaki se ha tomado la justicia por su mano escribiendo, en colaboración con Rande Brown, Vida de una geisha, "la verdadera historia".

Nostalgia de una infancia. Masako Tanaka nació en 1949. Tenía tres años cuando abandonó a su familia y cambió su linaje y su nombre para aprender a ser geiko, geisha en japonés. La propietaria de la casa Iwasaki, en el barrio de Gion Kobu de Kioto, la escogió por su belleza y sus padres la cedieron empujados por la necesidad: ella era la última de 13 hermanos. Una niña sólo puede formarse como geisha viviendo en una de las casas, okiyas, que funcionan como empresas familiares con parentescos simbólicos.

La okiya Iwasaki tenía grandes propiedades y mantenía a más de 20 personas. Su dueña tenía 80 años y buscaba a una sucesora. Al escogerla como heredera, Iwasaki tuvo que renunciar a su familia. En 18 años sólo vio a sus padres tres veces, y recuerda una infancia agotadora y reprimida: "No me permitían gritar ni correr, e insistían en que no podía lastimarme ya que una fractura en un brazo o una pierna desluciría mi belleza".

Ideales de belleza. La imagen de las geishas, un ideal de belleza en Japón, es de una engañosa fragilidad. Iwasaki recuerda: "Cuando yo debuté como maiko (aprendiz de geisha) pesaba 40 kilos y mi quimono 22. Tenía que sostenerme con todo el atuendo y de manera impecable sobre unas sandalias de madera de 12 centímetros de altura". Las geishas llevan unos calcetines blancos, los tabi, de una talla menos que la sandalia para que el pie tenga un aspecto delicado.

Peinan cada cinco días su cabello formando una torre que luego atan por delante y por detrás. Para mantener el peinado deben dormir sobre un bloque de madera con un pequeño cojín. Así mismo, la presión constante de las varillas de bambú que aguantan el pelo les provoca una calva en la coronilla. Antiguamente, además, las geishas sufrían su maquillaje blanco, fabricado con cinc, muy dañino para la piel.

Más negocio que sexo. Iwasaki admite que "existe un gran misterio acerca de lo que es ser una geisha" y que "no son pocos los equívocos" que suscita su profesión. El principal error que habitualmente se comete es confundirlas con prostitutas, pues las geishas no pasan la noche con un cliente ni hay sexo en su relación. Cobran por asistir a fiestas y banquetes en las casas de té, y cuanto más famosa y prestigiosa es una geisha más invitaciones recibe, y por ello más dinero.

Iwasaki relata que podía asistir a tres o cuatro reuniones por noche. En su época de geisha, en los años 70, existían 150 casas de té en Gion Kobu y 700 geishas. "Un banquete en una casa de té, ochaya, cuesta --calcula Iwasaki-- 550 dólares por hora, sólo por el uso del local y los servicios de personal, sin la comida ni la bebida ni los honorarios de las geiko". La actividad de una geisha da de comer también a escuelas artísticas, peluqueros y fabricantes de quimonos, el símbolo de su profesión y auténticas obras de arte. Iwasaki encargaba "un quimono nuevo todas las semanas", y cree que tuvo más de 300, valorados "cada uno de ellos" entre 5.000 y 7.000 euros. Aunque estamos hablando de un negocio, indudablemente es el sexo lo que despierta el morbo. En este aspecto, Vida de una geisha sorprende con sus revelaciones. Las geishas no son muy diferentes de otras mujeres, e incluso gozan de más libertades. Pueden casarse, ser madres solteras o tener amantes. De hecho, Iwasaki cuenta su relación de cinco años con un famoso actor, Shintaro Katsu, conocido como Toshio, casado y con hijos.

Expertas en mobbing. El mundo de Gion Kobu es como la sociedad japonesa, en apariencia armónico, pero la competencia y la envidia pueden ser insoportables. Iwasaki explica el acoso moral que tuvo que sufrir por culpa de su fama: accesorios que desaparecían, geishas que se comportaban groseramente o no le dirigían la palabra, alfileres clavados en el dobladillo del quimono, violencia...: "Todo esto me afectó psíquicamente. Sufría episodios de ansiedad, insomnio y trastornos del habla". Al mobbing se añade el acoso sexual en la calle. De esta forma, el libro describe ataques de desconocidos que la toqueteaban y de los que se defendió como pudo. Talismanes, abanicos, varillas de bambú del pelo e incluso las sandalias de madera le sirvieron para defenderse ante tales acosos.

Un retiro sonado. Iwasaki heredó su okiya, tal como estaba previsto, pero no aguantaba más la presión que esto conllevaba y planeó su retirada antes de cumplir los 30, tras 15 años frenéticos siendo la geisha "más famosa del siglo". Hoy, su historia como geisha ya es sólo memoria de libro.