La voz del poeta José Hierro, una de las más capitales de las letras españolas del siglo XX, se apagó ayer a los 80 años. Miembro de la RAE (Real Academia Española) desde 1999, y premio Cervantes, el autor de Cuaderno de Nueva York practicó una poesía desnuda y comprometida. Sin embargo, pese a su trasfondo social ("¿alguien se cree que vivimos en un mundo justo?", se preguntaba), él insistía en que "sólo" había aportado a la poesía "un acento personal".

Hierro sufría una insuficiencia respiratoria crónica que se agravó el pasado miércoles, lo que provocó su ingreso en el Hospital Carlos III, de Madrid. Allí falleció ayer a las 14.30 horas, "relajado y tranquilo", según declaró su viuda, María de los Angeles Torres, que explicó que, en los últimos días el poeta "presentía" el final de su vida. En sus últimas conversaciones con sus allegados, Hierro comentaba "que esta vez iba en serio y que no iba a salir de ésta".

Elsa López, de la Fundación Antonio Gala, recordó que la última vez que le vio con vida, hace dos semanas, Hierro se despidió de ella con un "no volveré a verte; es el final y lo sé". Los restos del poeta, trasladados ayer al Tanatorio Sur de Madrid, serán incinerados hoy en una ceremonia íntima. Ayer la familia aún no había decidido si las cenizas iban a ser trasladadas a Cantabria.

PLUMA DE LA POSGUERRA

Considerado junto a Blas de Otero, Gabriel Celaya y Eugenio de Nora una de las figuras capitales de la poesía social de posguerra, Hierro nació en Madrid en 1922, aunque creció en Cantabria. Compatibilizó su oficio literario con la pintura y con su implicación política, y su obra fue más intensa que extensa. "Nunca he tenido prisas para publicar --decía--. No siento temor a que me olviden". Publicó su primer poema, Una bala le ha matado, en 1937, en plena guerra civil. Se afilió a la Unión de Escritores y Artistas Revolucionarios y, tras la contienda, estuvo encarcelado hasta 1944.

Su verso desnudo y profundo, y su uso de la ironía hizo de él, según Vicente Alexandre, una "persona de contrastes" que a nadie dejaba indiferente. Su producción incluye títulos tan esenciales para las letras castellanas como Tierra sin nosotros, Alegría, Con las piedras, con el viento, Quinta del 42, Estatuas yacentes, Cuanto sé de mí y Libro de alucinaciones.

En 1990 obtuvo el Premio Nacional de las Letras y, en 1995, el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. A partir de ahí, su carrera fue reconocida por grandes y pequeños galardones. Tras publicar el ovacionado Cuaderno de Nueva York, Hierro obtuvo en 1998 el Cervantes, al que siguieron, en 1999, el Premio de la Crítica y el Nacional de Poesía. Ese año fue elegido miembro de la Real Academia Española, institución en la que se había resistido a ingresar por no considerarse digno de ella.

La desaparición de José Hierro generó ayer manifestaciones de duelo. Miguel Delibes destacó que era uno de los poetas "más populares y estimados de las últimas décadas", y uno de los que disponían de "más registros y alcance de este siglo". Francisco Umbral destacó que había "aprendido mucho" de Hierro. Sabina acudió al tanatorio para expresar su dolor. "Le conocía desde hacía poco, pero habíamos sido muy amigos últimamente, hasta intercambiarnos sonetos que quizás algún día llegue a musicar", señaló.

Los Reyes y el Príncipe Felipe enviaron sendos telegramas de pésame en los que elogiaban su "gran obra poética". El presidente del Gobierno, José María Aznar, definió a Hierro como "un luchador por la libertad", y Carme Chacón, secretaria de Educación y Cultura del PSOE, opinó que su obra es "una esas excepciones de dignidad ética y estética que alumbraron unos años muy oscuros de nuestra historia". El gobierno cántabro decretó para hoy una jornada de luto oficial.