INTERPRETES: Orquesta de Cámara Freixenet de la E.S. de Música Reina Sofía, Stefan Lano (director)

LUGAR: Sala Mozart del Auditorio

FECHA: Lunes, 10 de febrero

En un país donde el mecenazgo en materia musical ha brillado por su ausencia, la Escuela de Música Reina Sofía es un modelo de cómo atraer patrocinio variado para un proyecto serio y elitista que nunca logrará el apoyo del gran público pero resulta necesario si queremos que España forme parte del circuito de la formación musical de altura. Estamos, huelga decirlo, en las antípodas del pensar que un centro de alto rendimiento es pasar tres meses fingiendo aprender ante una cámara de televisión. Los jóvenes que pasan por la Escuela Reina Sofía llevan muchos años de estudio intenso en conservatorios (y muchas horas de trabajo solitario en casa) y rematan en este centro una formación con ambición de llegar a lo más alto: del arte, no de la fama.

La firma Freixenet patrocina la Orquesta de Cámara de esta institución, el grupo que más representa en el exterior a la escuela, aparte del prestigio que adquiera por las carreras de sus exalumnos. Este año, la agrupación camerística pasaba por Zaragoza bajo la dirección del norteamericano Stefan Lano. Su programa venía cargado de exigencias, tanto para ellos como intérpretes, como para el público como elemento pasivo, a la vez que imprescindible, de la velada.

El concierto Dumbarton Oaks de Stravinski hizo las veces de pórtico de la sesión. Es una obra que exige elevadas dosis de precisión, pues su belleza radica en la limpieza, en la frialdad marmórea de las líneas melódicas y en un ritmo casi puntiagudo, que debe ser arrancado con nervio por los intérpretes.

En el polo opuesto del neoclasicismo de este concierto está la Sinfonía nº14 de Dmitri Shostakovich, una honda reflexión sobre la muerte, angustiosa y deprimente (tal cual, si uno presta atención, es imposible no verse afectado): casi una hora de música que no deja el menor resquicio al optimismo o la alegría. El bajo turco Unüsan Kuloglu y la soprano sueca Anne-Karin Mikohano, ambos completando sus estudios en la Reina Sofía, él muy bueno, ella fabulosa (qué expresividad y qué cantidad de voz) protagonizaban los once números de esta sinfonía vocal. Con el intenso acompañamiento del conjunto de cuerda, de lo mejorcito que se puede esperar en este estilo, más un cuarteto de percusión, los cantantes desgranaron los seis intensos poemas de Apollinaire rodeados por otros de Lorca, Küchelbeker y Rilke.

La interpretación fue soberbia, perfectamente planificada por Lano. Añádase a ello la valentía de aparecer en público con esta música, nada fácil: un veneno para la taquilla. Un compromiso con el arte.