Cuando el río suena, agua lleva. Desde su estreno el pasado 8 de septiembre del 2002 en el Teatro Lope de Vega de Sevilla, el Minotauro de Antonio Canales no ha estado exento de polémica. Ya lo decía el propio bailaor antes del estreno: "Este montaje no va a dejar indiferente a nadie. La polémica está servida".

Canales, que ya se ha llevado algún que otro disgusto en la presentación de otros montajes, acudió a la capital aragonesa con una versión libre del mito griego del Minotauro (el monstruo mitad hombre, mitad toro, que residía en un laberinto de Creta y devoraba jóvenes cada novilunio).

En su versión, Canales de vida a un hombre atormentado y alcohólico que parece vagar toda la noche de bar en bar, buscando pelea y quizá la muerte. ¿Qué relación tiene el Minotauro griego con el del bailaor? Quizá es el espíritu atormentado del monstruo --que es mitad humano-- el que inspira todo el montaje, en el que para conseguir un ambiente opresivo y de asfixia, se han mezclado músicas muy diferentes. ¿Puede Björk conjugarse con el cante jondo? ¿Y con el trash-metal?.

Canales deja claro que querer es poder. Quizá uno de los momentos más brillantes es aquel destello flamenco del alcohólico, con una oda a la borrachera, bailada por los siete jóvenes que acompañan al sevillano. O el momento en el que la maquinicista música de Björk, compuesta para la película Bailar en la oscuridad es reinterpretada y reluce con el taconeo como si hubiera sido creada para este Minotauro.

La crítica y el respetable no han parecido responder desde su estreno al esfuerzo que Canales pone en el escenario. Y es que el público más purista no acaba de acostumbrarse a ciertas fusiones, a pesar de que el Teatro Principal de Zaragoza estuvo anoche lleno hasta la bandera.