En 1993, y con el número 200 de la colección Andanzas, empezamos a publicar en Tusquets la extensísima obra literaria de Georges Simenon. Y así es como llegamos ahora --10 años, 29 novelas suyas y 300 títulos de Andanzas después-- a la celebración del centenario de su nacimiento con la novela que él confesó públicamente ser su favorita: La mirada inocente.

Empecé a leer a Simenon (los Maigret, por supuesto) muy joven, adolescente aún, tal vez prematuramente. Pero ésta fue mi suerte porque, así, pude disfrutarlos una y otra vez a lo largo de cinco décadas sin que en cada relectura envejecieran conmigo.

Más tarde, me aventuré, no sin temor a una decepción, en el mundo de sus novelas no policiacas. ¡Fue un flechazo! Descubrí en aquel periodo al verdadero gran novelista, al escritor admirado ya por críticos y público, cuya obra está destinada a navegar más allá del tiempo por encima de modas y modos. Simenon se convirtió en mi compañero de viajes, literalmente. Llevar adonde fuera yo una o dos novelas suyas era asegurarme contra cualquier contratiempo desagradable: bastaba con dejarme atrapar por sus personajes, tan terriblemente similares a cualquiera de nosotros, sus enredos y sus pasiones. Y, siempre, dejándolos al libre arbitrio del lector, siempre fiel a su lema: "Comprender y no juzgar", comprender al ser humano en su inmensa capacidad de amar y odiar, de mostrarse generoso y mezquino.

Ya convertida en editora en 1969, me percaté de que Simenon se había instalado en mi corazón, mi mente y, por tanto, en el deseo de poder un día publicar, al menos en parte, su obra. Pero impuso afortunadamente el destino que accediéramos a toda ella para que novela tras novela siga conquistando a nuevos lectores. ¡Larga, muy larga vida, a Georges Simenon!