BUSH EN GUERRA

AUTOR

Bob Woodward

EDITORIAL

Península

PAGINAS 412

PRECIO 21 u

El periodista Bob Woodward, director adjunto de edición de The Washington Post , mantuvo una entrevista de cuatro horas con el presidente de Estados Unidos, George Bush, en el rancho que tiene éste en Crawford (Tejas) el 20 de agosto del 2002. Aquella conversación ante la presencia de Condoleezza Rice, consejera de Seguridad Nacional, durante la cual no se hizo ni una sola mención al petróleo, sirvió para completar las notas para su libro Bush en guerra , texto esclarecedor, a veces inquietante, y siempre documentado hasta el último detalle sobre la respuesta del Gobierno de EEUU a los atentados del 11 de septiembre del 2001.

El volumen está estructurado como un diario que abarca desde el día de la matanza y el 14 de noviembre (fecha de la ocupación de Kabul por parte de la Alianza del Norte). Los puntos que siguen resumen en lo esencial el trabajo de Woodward.

EL MUNDO Y DIOS. Está muy extendida la idea de que Bush se instaló en la Casa Blanca sin demasiado que decir acerca de la complejidad de las relaciones internacionales. Tras los atentados del 11 de septiembre más parece que puso en pie una teoría de la guerra que del mundo. "Nos habían declarado la guerra y decidí en aquel mismo momento que íbamos a ir a la guerra", dijo en Crawford. Y Woodward recuerda la anotación que Bush hizo el 11-S en su diario personal: "El Pearl Harbor del siglo XXI ha tenido lugar hoy".

No está menos extendida la especie de que Bush se fía más de su instinto que de los análisis, y añade: "Sus instintos son prácticamente su segunda religión". De la primera no cuenta demasiado, pero recoge un dato por lo menos llamativo: en la primera reunión del Gabinete en pleno tras los atentados, el 14 de septiembre, pidió al secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, que abriera la sesión con una plegaria. Este pidió en su oración "paciencia y comedimiento" en las ansias de acción del Gobierno, muy en la línea de las revelaciones hechas hace unas semanas por el exredactor de discursos David Frum en The right man (Random House): "El presidente reza con sus colaboradores antes de empezar las reuniones".

PELEAS EN EL GABINETE. El libro de Woodward no descubre ningún océano al dar cuenta del desacuerdo permanente entre el vicepresidente, Dick Cheney, y Rumsfeld, por un lado, y el secretario de Estado, Colin Powell, por otro. En cambio, sí es interesante la descripción de los términos en los que se producen los enfrentamientos de los halcones con el paloma . Powell quiso desde el principio contar con un libro blanco que recogiera las pruebas contra Al Qaeda y los talibanes, pero habida cuenta de que no era posible lograr pruebas irrefutables --con calidad jurídica--, pidió un acuerdo con el mayor número posible de países para afrontar la guerra contra el terrorismo sin provocar resquemores. El dúo Cheney-Rumsfeld consideró todas estas exigencias innecesarias.

Las discusiones, algunas a cara de perro en las sesiones del Gabinete de crisis en las que no asistía Bush, obligaron a Rice a apaciguar los ánimos, especialmente a partir del discurso sobre el estado de la nación del 29 de enero del 2002, en el cual el presidente enunció la doctrina del eje del mal . La posibilidad de un ataque preventivo contra Irak sin participación de la ONU puso los pelos como escarpias a Powell, que, a tenor de los movimientos de Rumsfeld en los meses siguientes, fue objeto de una conspiración de palacio .

Según Woodward, el secretario de Estado está básicamente de acuerdo con el diagnóstico hecho el 4 de agosto del 2002 por Brent Scowcroft, consejero de Seguridad Nacional de George Bush padre: "Una guerra en Irak convertirá Oriente Próximo en un polvorín y, en consecuencia, destruirá la guerra contra el terrorismo".

OBSESIONES GUERRERAS. La planificación de la guerra de Afganistán se atuvo desde el principio a la idea de que no podía ser un combate a distancia. Todo lo que sonaba remotamente clintoniano --bombardeos con misiles de crucero disparados desde submarinos--, fue desechado. El problema que surgió fue la dificultad de fijar objetivos de interés militar: al final, el director de la CIA, George Tenet, situó sobre el terreno a un grupo de agentes, cuyo nombre en clave fue Equipo Rompemandíbulas , que estableció enlace con la Alianza del Norte.

Aun así, las operaciones empezaron en octubre del 2001 en un clima de desorientación: el ataque se dirigió a 31 objetivos, pero Woodward afirma que su efectividad fue más bien incierta. Bush no quería "bombardear arena con misiles", como en los tiempos de Bill Clinton, pero es verosímil que muchos ataques se hicieran a ciegas. El autor da las cifras de 110 agentes de la CIA y 316 soldados de las fuerzas especiales como únicos integrantes del contingente norteamericano, insuficiente para controlar la ocupación de Kabul o llevar a la práctica las "propuestas imaginativas" reclamadas por Bush al Pentágono.