Nunca antes el Oscar al mejor documental había dado tanto de que hablar, pero nunca antes tampoco se había retirado la alfombra roja para proteger de preguntas incómodas a sus habitantes, ni se había planteado tanto debate sobre la idea de que el espectáculo debe continuar, ni los informativos en mitad de los bloques de anuncios habían cobrado tal intensidad. Con la mirada dividida entre su propio ombligo, Washington y Bagdad, Hollywood se enfrentaba el domingo a su día D. La batalla fue espectacular.

El ambiente de tensión había quedado claro cuando Steve Martin, el maestro de ceremonias, bromeó asegurando que "todo el mundo ha apoyado que esté aquí menos Francia y Alemania". Un escalofrío recorrió a quienes temieron que su guión fuera a seguir la misma línea divisoria que ha quebrado la ONU. Respiraron, no sin cierta desazón, al comprobar que prefería optar por las bromas para las que Almodóvar encontró una acertada definición: "puro landismo". Escapismo, quizá.

En muchos escotes y solapas se veían símbolos pacifistas: los lucían desde Almodóvar y su troupe hasta Harvey Weinstein y casi todo el equipo de Gangs of New York . Otros, como Matthew McCounaghy y Jon Voight, optaron por flores y símbolos con los colores de la bandera estadounidense. En las afueras del teatro se había visto la misma división. La lucha seguía en silencio.

Hasta que llegó Gael García Bernal. Desafiando al productor Gil Cates, el mexicano se saltó el guión. Elegante, sin temblar. "Frida dijo: ´no pinto mis sueños, pinto mi realidad´. La necesidad de paz en el mundo no es sueño. Si Frida estuviera viva, estaría de nuestro lado... contra la guerra". Los aplausos se dejaron notar.

El ritmo tranquilo y las protestas serenas duraron poco más. Una bomba latía entre los 3.500 invitados y Diane Lane encendió la mecha cuando, sin ocultar su satisfacción, nombró ganador del Oscar al mejor documental al director de Bowling for Columbine . Con una armada formada en el intermedio anterior, y tras un paseo triunfal, el comandante Michael Moore conquistó el escenario. Flanqueado por todos los documentalistas nominados, no tardó en hacer estallar: "Nos gusta la no ficción y vivimos en tiempos de ficción. Vivimos en un momento en que tenemos resultados electorales y un presidente ficticio. Vivimos en un momento en que un hombre nos envía a la guerra por razones ficticias (...) Estamos contra esta guerra, señor Bush. Avergüéncese, señor Bush, avergüéncese".

A Moore le aplaudieron a rabiar. Le abuchearon con más efecto sonoro que en cantidad. Y en la sala de prensa explicó con más detalle el porqué de su operación libertad de expresión . "Soy un americano y no dejas tu ciudadanía cuando pasas las puertas del Kodak. Lo grande de este país es que puedes expresarte y es lo que yo hago, en mi vida y en mi cine. No dejo de ser quien soy cuando vengo a este ceremonia (...) Necesitamos reclamar este país. Yo amo mi país y amo la democracia. Gracias".

La calma volvió después al teatro. Y eso que se siguieron usando las mismas armas, igual de efectivas: gestos y palabras. Las utilizó el presidente de la Academia, Frank Pearson, enviando un mensaje a las tropas y a los iraquíes. Las usó Nicole Kidman para explicar que, incluso en tiempos revueltos, "el arte es importante". Y les hizo cobrar todo su valor Adrien Brody, el mejor embajador de la paz. "La experiencia de hacer El pianista me hizo ser muy consciente de la tristeza y la deshumanización de la gente en tiempos de guerra (...) Creas en Dios o en Alá, que te proteja. Y recemos por una resolución pacífica y rápida".