El miércoles, 19 de noviembre, se cumplirán 40 años de la muerte de la bailaora Carmen Amaya, La capitana , en El Manso, su casa de Begur. El asesinato de J. F. Kennedy en Dallas tres días después no pudo eclipsar el óbito de la artista. La prensa y las revistas, incluida París-Match , glosaron su figura. Bailó por última vez, enferma de muerte, el 18 de agosto de 1963 su localidad natal. Se despidió con unas alegrías. Nada mejor que unas alegrías de Cádiz para decir adiós a la vida.

Gitana de mimbre, hierro y fuego, nació para el baile en las arenas ocres y pestíferas del Somorrostro barcelonés hasta pasearlo en triunfo por los escenarios más luminosos de España, Europa y América.

Empezó a bailar de niña por los tablaos del Barrio Chino canalla, acompañada a la guitarra por su padre, El Chino. Allí alguien descubrió su talento y le costeó la academia del reputado maestro Vicente Reyes, en la que se iniciaron Los Chavalillos Sevillanos (Rosario y Antonio). A Carmen le costaba aprender, hasta el extremo de golpearse la cabeza contra la pared cuando no le salía un garrotín.

El exbailaor y Premio Nacional de Teatro (1961) José de la Vega dice en las memorias que está redactando que conoció a Amaya a principios de los años 60. "Era cariñosa, nada diva, entrañable", afirma. En su libro, elogia su carrera, relata anécdotas y presenta documentos inéditos, como el contrato del filme Los Tarantos , de Rovira Beleta. "La primera vez que la vi --agrega-- fue en Sevilla, a su regreso de América, en 1947; al bajar del avión se hincó de rodillas y besó la tierra española".

María Bubé, primera alumna de José de la Vega, vio a Amaya en varios teatros. En el Barcelona, en lugar de usar los camerinos, se arreglaba en una tienda de campaña situada detrás del escenario. "Carmen también cantaba, y una de sus mejores creaciones fue María de la O". Bubé asegura que Amaya no era analfabeta.

Quienes la conocieron cuentan que, en uno de sus viajes a América, Carmen y los gitanos de su compañía asaron sardinas en el somier de un hotel. Cuarenta años después de su desaparición, la bailaora sigue disfrutando de un entrañable recuerdo entre la profesión y el público que, en su día, valoró su arte.