"Siento que Goya me guiña el ojo desde algún sitio". El pintor austriaco Arnulf Rainer (Baden, 1929) respondía así a la pregunta sobre qué pensaría el pintor de Fuendetodos de que alguien rayara, tachara, subrayara o tratara de acentuar con un brochazo sus grabados. Rainer abrió ayer su exposición en el Museo de Zaragoza que reúne 60 obras en tres series: Goya (1983), Los Caprichos (años 80) y la serie inédita Goya-Übermalungen (sobrepintado) (2005-2006), diciendo: "Pienso que soy un hijo suyo".

Le habían subido a la cúpula del Pilar para que contemplara la Regina Martyrum de cerca, pero indicó, tras ver los frescos que "yo no busco en Goya la escenificación". Lleva 30 años este pintor indagando en esos rostros de los grabados goyescos (muy pequeños en los aguafuertes originales) en los que aparecen el dolor, el espanto, la pena o la simple estupidez humana, o esos perros ametrallados, metidos a la fuerza en en el mismo saco del absurdo de la guerra o del grotesco caos cotidiano.

Y los agranda, los reinterpreta, los invade de rayujos, de veladuras, de insistencias gestuales, que los traen más fuertemente a la mirada: "Estas obras reflejan mi entusiasmo por Goya, un pintor que revive y reaparece en mí cada tres o cuatro años". Al contrario del pintor aragonés, que derivó del colorismo a las pinturas negras, el austriaco ha ido avanzando desde lo oscuro hacia la claridad y el cromatismo. En la última serie, inédita hasta su llegada a Zaragoza, los rostros goyescos aparecen entrevistos tras las cortinas de los brochazos.

Sobre Rainer han escrito Antonio Saura y Víctor Mira: Rainer es un pintor angélico justamente por su poder transmutador frente a la muerte y su capacidad de convertirla en fuente dinámica y energética, indicó el primero. Y Mira le vió en el desamparo: Las pinturas de Arnulf Rainer se apartan, hastiadas, de la belleza.