"Pinto ángeles sin alas porque soy moderno, y sin pies, porque al ser espíritus no los necesitan para moverse". La ironía de Ángel Aransay no es una pose. Es toda una forma de encarar la vida que queda, además, perfectamente plasmada en sus cuadros, como queda patente en la serie De Angelis, con la que el Museo Camón Aznar de Ibercaja abre la temporada artística.

De Angelis reúne 35 obras que ofrecen al espectador una visión renovada y personal de estas figuras celestiales que Aransay concibe lejos de las percepciones tradicionales, convirtiéndolos en seres que reflejan en sus semblantes y en sus actitudes "los tiempos duros en los que vive la sociedad". Como expresa el propio autor sobre "sólo queda un poco de piedad y algo de ternura cuando las almas informes como la del Señor de Orgaz se convierten en niños y los ángeles retoman su papel de guardianes".

Así, encontramos ángeles preocupados, "que se apiadan de nuestras meteduras de pata y nuestras maldades y miran avergonzados sin saber bien qué hacer, pues todo queda en manos de Dios, según parece"1 Pero también ángeles del tiempo, que portan relojes sin saetas o relojes de arena vacíos y llenos, ("es el fin de los tiempos, o el principio; el tiempo puede ser plenitud o carencia"); ángeles apocalípticos, que aparecen ataviados con trompetas, los ocho vientos, el séptimo sello, la copa y la espada, la lista de los justos...; ángeles con almas de niños ("como sucede en El entierro del Conde Orgaz") y que hacen recordar su papel de ángeles de la guarda; y, por último, otros ángeles de aspecto más duro "en los que aparece el tema de la sangre, como el cuadro inspirado en Parsifal, en el que también aparecen dos penitentes calandinos con sus tambores "en una licencia con un toque de humor a lo Buñuel", apunta el autor.

Aransay explica que gusta de concebir las exposiciones de forma monográfica, si bien esto no significa que eligiese el tema angelical expresamente para esta muestra, "pues es un tema antiguo, que comencé a tratar cuando me invitaron a participar en un concurso para las cúpulas del Pilar en 1979. Entonces pinté ángeles en papel a carboncillo y pasteles. Luego están en temas como El martirio de Santa Engracia", pero no habían aparecido como motivos propios".

Y así llegamos al año 2001, cuando el autor aborda una serie de cuadros dedicados a las mejores obras líricas españolas y se dispone a ilustrar el No me mueve, mi Dios. "En principio me pareció bien dejar el cuadro oscuro para destacar a un Crucificado, pero después me pareció demasiado opresivo y empleé pintura dorada para el fondo, lo que apagó la figura central e hizo que los ángeles quedaran realzados, por lo que los recorté como obras autónomas".

Así surgió el interés por plasmar los ángeles y el elemento formal sobre el que trabajar la serie, el fondo dorado, "que nos remiten a la época gótica y simbolizan el carácter celestial, y no terreno, en el que se mueven estos seres. Eso sí, Aransay tenía claro que "ya no iban a ser los plácidos muñecos decorativos de antaño, pues los tiempos son más duros ahora y nosotros más encallecidos". En fin, ángeles comprometidos, más concienciados y en sintonía con los tiempos.