CASI NUNCA

AUTOR Daniel Sada

EDITORIAL Anagrama

PÁGINAS 384

PRECIO 18 €

A Daniel Sada (Mexicali, México, 1953) se le asocia, se quiera o no, con la figura de un escritor que levantó una novela de más de 600 páginas, un monumento al habla popular, una ficción pergeñada con el hálito de la palabra escuchada en la plaza, la palabra observada cerca de aquel vecino que cuenta a diestra y siniestra lo que pasó o, en fin, cerca del multitudinario transeúnte que en el autobús es capaz de soltar como si tal cosa: Porque parece mentira la verdad nunca se sabe (1999), que dio nombre a ese libro imposible de leer sin perder la respiración y el oremus.

Se sabe que sus maestros son el José Lezama Lima de Paradiso, el Joao Guimaraes de Rosa de Gran Sertón: Veredas, el Fernando del Paso de José Trigo y se sabe que sus tradiciones más queridas son barrocas: la complejidad, el hermetismo hecho puro juego (y jugo) vocal. Pero también está o debería estar ahí Juan Rulfo y Carlos Fuentes y, antes que nadie, san Juan para decir que el descoyuntamiento sintáctico de Sada surge de sus comentarios al Cántico. Porque si Sada es un prosista, lo cual está todavía por ver, su prosa está atravesada por la complicidad de la poesía.

Este mexicano ha ganado ahora el XXVI Premio Herralde con Casi nunca. La obra no tiene ninguna complejidad en la trama. La historia deviene lineal y sencilla como pocas. Es por eso que Sada no se preocupa en demasía porque su protagonista, Demetrio Sordo, obtenga lo que quiere: o bien un puro juego sexual representado por Mireya, la puta amorosa que quiere abandonar el oficio más antiguo porque ya quiere al buen agrónomo de Demetrio o bien un amor puro, inmaculado, tardío y reprimido en forma de la mojigata de Renata. Y tampoco le importa la bipolaridad en las dos localizaciones: Oaxaca para los juegos en el burdel y Sacramento (nótese la obviedad) para los fuegos que abrasan a Demetrio y que no puede consumar. Y todo ello, si quieren, salpicado con un happy end en forma de boda feliz, abandonada ya la forma sexual del amor hecho carne.

No hay, y no lo encontrarán, ningún atisbo de peroratas moralinas maquiavélicas. No hay, no puede haberlo, el amor puro frente al impuro, el amor espiritual frente al carnal, el loco amor y el amor cuerdo. Hay en la poética de Sada la digestión de todo el claroscuro barroco, todo el realismo a lo Flaubert y la endiablada y febril invención de un mundo vertiginoso que gira, gira y gira. Así es el teatro de Sada en Casi nunca: todo gira. Y lo primero, claro está, la propia escritura de un Sada para quien "escribir era como estar poniendo cimientos bien alineados, evitando llegar a la colocación de un techo bien fuerte, ¿sólido?, ¿cómo?". Si quieren saber lo que es bueno, si quieren perder constantemente el hilo de lo que se cuenta, si no les importa el febril y detectivesco argumento de una obra que casi nunca se completa, si no les molesta que la frase que tanto esperaban casi nunca cobre cuerpo esta es su novela. De puro sencillo Sada se vuelve difícil. Su dificultad no está, como se ha dicho, en su escritura, sino en su prodigioso oído. Como si fuera un actor de la commedia dell´arte su narrador es un charlatán impenitente que parece que improvise no por lo que ve sino por lo que escucha. Bendito oído. Como Sada su "agrónomo descoyuntó el hilo de su escritura" y supo que "cada palabra parecía arrastrarse; cada frase se imponía como un sello; lo demás era ritmo y delirio".

RICARDO BAIXERASeparagon@elperiodico.com