CICLO LOS ORÍGENES DE LA BRAVURA.
Antonio Espaliú, cuando el toreo es casi de orfebrería
El aragonés Miguel Cuartero cortó la única oreja de la tarde en La Misericordia.

Antonio Espaliú, cuando el toreo es casi de orfebrería
SEIS NOVILLOS DE FLOR DE JARA, BAJOS DE RAZA. E. FERNÁNDEZ, SILENCIO TRAS DOS AVISOS Y DIVISIÓN DE OPINIONES. M. CUARTERO, OREJA Y VUELTA TRAS AVISO. A. ESPALIÚ, OVACIÓN Y VUELTA TRAS AVISO EN AMBOS. UN QUINTO DE ENTRADA.
Espaliú, dicho así, te imaginas a un señor orondo y calvete, digno representante del textil de Badalona, pero es sevillano de Camas y se maneja por la plaza con aires despaciosos, de ralentí, tan sigiloso como lo haría un espía ruso. Como sin querer molestar --tampoco a los novillos-- llevando de este modo el toreo a su propio mundo, que es el de la calma y el sosiego. Componiendo un retablo barroco y abigarrado en el que la naturalidad y cualquier ausencia de violencia hacen nido en la memoria más allá del fallo clamoroso a espadas. Manos bajas, aire desvaído y desmayado, formas lánguidas y armoniosas. No me extraña que haya salido de la factoría de Miguel Flores (por mal nombre El Camborio), el más fino catador de toreros que la historia ha tenido.
Esas medias verónicas de frente, las de ayer, no son cualquier cosa, traídas desde allá, abrochadas/vaciadas por abajo, sin enmienda de voluntad ni de terrenos...
LA JARA SECA Claro que los novillos se prestaron. Cualquier cosa menos poner en apuros a los toreros. Bajos, muy bajos de raza, flores de jara sin atisbo de brotes verdes, iban y venían como un jubilado acera arriba, acera abajo. Mejores --un decir-- los tres primeros, al segundo y al tercero los masacraron en varas.
Esaú Fernández, académico, suficiente y capaz, lo echó a rodar con la espada en el primero y se quitó de enmedio al manso cuarto sin apenas esfuerzo. Y Miguel Cuartero, recibido con una ovación antes de iniciar su labor, se vio igualmente correspondido por un público muy a favor en su primero, en el que demostró que, además de arrimarse, también tiene una vena estilista que le valió para cortar una oreja por una docena de muletazos, lo que el novillo aguantó en pie. Lo mismo --pero sin premio-- que en el otro, un bueyecito que no tuvo las arrancadas de aquel y que propició un trasteo al tran tran, paso lento de cortejo fúnebre, réquiem por la bravura de una ganadería que está para probarse en otras plazas. Desde luego, no aquí.
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