´Prince of Persia´ o la fórmula del éxito masivo, del superespectáculo
Jerry Bruckheimer produce la vistosa adaptación de un famoso videojuego lanzado hace 20 años.
Jerry Bruckheimer no engaña a nadie. El productor más rocoso e hipervitaminado del cine de acción estadounidense de las dos últimas décadas, también de la televisión --suya es la franquicia cada vez más rocambolesca de CSI--, no se anda con chiquitas: cada nueva entrega de su abultada filmografía --Top Gun, ídolos del aire, La roca, Con Air, Armageddon, Pearl Harbor, Black Hawk derribado, la tres entregas de Piratas del Caribe, las dos de La búsqueda...-- es un canto a la superproducción, el superespectáculo, el despliegue tecnológico, la inversión multimillonaria y el cine concebido como un grandioso parque de atracciones.
Bruckheimer, por encima del director Mike Newell, es el máximo responsable de Prince of Persia: Las arenas del tiempo, el estreno estelar de esta semana. Lo reúne todo: 150 millones de dólares de presupuesto, el aparato logístico de la actual y remozada Disney, varios meses de rodaje y posproducción --aunque sin 3D, lo que es de agradecer: parece que cualquier gran producción hollywoodiense tenga que estar rodada ahora en tres dimensiones--, inspiración argumental en un videojuego lanzado hace 20 años y un reparto discreto pero efectivo capitaneado por Jake Gyllenhaal, Gemma Arterton, Ben Kingsley y Alfred Molina, ya que la parafernalia visual es la verdadera protagonista del evento.
Decía que el verdadero responsable es Bruckheimer y no Newell, director de la cinta (y firmante de títulos interesantes como Donnie Brasco), porque su papel es dar vistosidad a las ideas que tiene muy claras el productor cuando se embarca en aparatosas apariciones de este tipo: tanto da que sus filmes estén realizados por Michael Bay, Ridley Scott o cualquier otro eficaz filmador de superproducciones.
Dar vistosidad
Por lo demás, Prince of Persia: Las arenas del tiempo procura un cruce alentador entre la estética del videojuego en el que se basa, el cine de aventuras y la fantasía oriental. Jake Gyllenhaal da vida a Dastan, un picaresco aventurero de Persia que es nombrado príncipe heredero por el monarca del país para, entre otras cosas, evitar las luchas intestinas entre sus dos hijos naturales. Dastan se enfrenta al pérfido villano de turno (Kingsley), quien codicia una daga mágica capaz de detener el tiempo y otorgar a su propietario poderes más allá de toda razón.
Reparto estelar
Solo otra película de producción estadounidense acompaña a las andanzas de El príncipe de Persia en los estrenos de esta semana. Se trata de Directo a la fama, comedia con reparto estelar en cuanto al género se refiere --Ben Stiller y Jason Schwatzman más Anna Kendrick, vista en la segunda entrega de la exitosa saga Crepúsculo-- que narra las andanzas de un inmaduro que sigue anclado en la época en que era la estrella de los shows musicales que protagonizaba en el instituto.
Por el contrario, de una cinematografía exigua y castigada como la italiana nos llegan dos propuestas, Io sono l´amore (Yo soy el amor) y Baaria. La primera, protagonizada por Tilda Swinton, es un melodrama que retrata los entresijos de una acaudalada familia, mientras que la segunda ofrece el lado menos lacrimógeno de su director, Giuseppe Tornatore, quien evoca la historia de tres generaciones de una misma y pobre familia en Sicilia.
Fiesta nupcial
El pastel de boda es la enésima tragicomedia, en este caso de producción francesa, que se desarrolla durante una fiesta nupcial en la que los secretos de una familia salen a la luz: buen reparto, con Jérémie Renier (mejor cuando está a las órdenes de los hermanos Dardenne u Olivier Assayas) y todo un mito del cine galo, Danielle Darrieux, y acartonada realización de Denys Granier-Deferre, hijo del también director Pierre Granier-Deferre.
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