Mi nombre es Luis,/ soy español,/ vivo en Madrid,/ en el número uno, calle Larra.... Como si de una presentación formal se tratara, Luis García Montero aterriza en Un invierno propio (Visor Poesía) de la mejor forma que sabe hacerlo, conquistando al lector desde la sencillez y la honda comprensión de sus palabras. Conceptos que atraviesan y desnudan términos que resultan tan complicados de definir y tan cercanos como la verdad, el amor, el tiempo o la fe quebrantable en la tecnología de la humanidad.

Sílabas que se fusionan y generan una realidad nueva, tan cercana y tan real como la rutinaria vida de una persona cualquiera, de un lector que venera sus obras, como esos aviones que nunca despegan de un aeropuerto, aunque vuelven en la imaginación de cualquiera.

AROMA A SENTIMIENTOS No sorprende el granadino en Un invierno propio. Desde el título hasta la última palabra del poemario, García Montero desprende ese aroma a sentimientos, a sensaciones casi olvidadas para algunos, a un porvenir que se basa en las acciones de hoy y de ayer, pero, sobre todo, habla de un invierno que puede ser verano si uno se arrima a la hoguera adecuada (La vida no compensa de la muerte/ si no es porque el amor le dio sentido al tiempo).

Así es la poesía de Luis García Montero, capaz de enzarzarse en una disputa dialécticamente muy dura con un profesor universitario granadino por sus doctrinas conservadoras y, a la vez, de retomar la sensibilidad de las vivencias, del cariño y amor que llega más allá del sexo. Pero también de expresar sin fortaleza alguna los temores y miedos que envuelven a la persona que sirven para indagar en la identidad del yo. Porque, al final, estar aquí, en el mundo se sobreentiende, implica muchas cosas. Casi tantas como el epitafio del libro: Todo es raro y difícil/ como sentirse Luis, como vivir en el segundo/ izquierda de la noche,/ ser español o estar enamorado.