Tiene Miguel Ángel Arrudi dos grandes pasiones, el arte, por supuesto, y la montaña. No en vano pasa buena parte del año en el refugio pastoril de Ibonciecho, en Sallent de Gállego, donde disfruta del privilegiado contacto con la naturaleza. No debe, pues, sorprender, que en la exposición que presenta en la Galería Zeus hasta el próximo 23 de diciembre ambas querencias se mezclen hasta convertirse en un solo mensaje.

Porque eso es, como explica el autor, el resultado final del proceso de trabajo que supone Paisajes envolventes, una exposición que concibe la pintura como "un vehículo de comunicación visual y poética, a la par que portadora de contenidos". Y es que Arrudi agita la coctelera para que esa mezcla de paisajes e ideas plasme una realidad sentida que habla de la magnificencia de la naturaleza y al mismo tiempo de su fragilidad ante la intervención del ser humano. Algo que queda muy bien reflejado en los títulos de las dos series que componen la exposición, El turismo vs. el paisaje y Al borde del borde del abismo.

"En la primera serie --cuenta Arrudi--, parto de la repercusión del turismo en la naturaleza, como industria, la masificación, las urbanizaciones en el Pirineo, la ampliación de las estaciones de esquí sin control y todo lo que conlleva la agresión al medio natural. Por otro lado, es comprensible que el montañés tenga que sobrevivir pero esa industria turística hay que reconducirla, por lo que este parón en el sector inmobiliario y la crisis existente es el momento oportuno para hacer una reflexión para ver hacia adonde debe ir el turismo con el fin de que no cause afecciones al paisaje".

Y de igual manera, Al borde del borde del abismo incide en esa situación delicada que atraviesa "tanto social como económicamente" el entorno pirenaico. "Me preocupa toda la reestructuración industrial del Serrablo, la repercusión de la crisis en el sector hostelero y al mismo tiempo la caída por falta de rendimiento de las explotaciones ganaderas y las economías tradicionales, lo que hace que cada vez haya menos ganaderos y menos aún, jóvenes".

Con estas premisas, Miguel Ángel Arrudi alude en sus obras a detalles concretos de esas montañas con las que cada se da de frente interpretadas con su particular visión de artista, en la que los colores, pese a no parecer o ser los reales de las montañas, si lo son en cuanto a interpretación de su forma de sentir el paisaje: "Las obras tienen dos líneas muy bien perfiladas, por un lado lo objetual, el apunte-objeto, mezcla de realidades, la ruptura del contexto, sería el paisaje encontrado y desmitificado; por otro, el paisaje transformado, sin ninguna identidad fehaciente como referente geográfica", explica.

Y así, sobre un tamaño Din A-4, aparecen planteamientos estéticos basados en el expresionismo abstracto en los que, de fondo, subyace el paisaje y en los que los distintos colores plasman el estado de ánimo del momento en que ese paisaje fue observado y pintado. Obras que llevan títulos con referencia al mundo de la montaña y que se presentan con un cartel en el que aparece un quebrantahuesos --obra con la que el autor ganó un concurso del Colegio de Veterinarios--, como voz de alerta de nuevo ante una naturaleza que hay que proteger.