FESTIVAL DE CANNES
A vueltas con los 'realities'
Matteo Garrone retrata la fijación de un hombre por entrar a concursar en 'Gran hermano'
NANDO SALVÁ
Una prueba fehaciente de la trascendencia que tuvo Gomorra (2008), demoledor retrato de la Mafia que echaba por tierra todo el romanticismo que el cine atribuyó al crimen organizado durante décadas, es que aún hoy sigue de actualidad: hace unos días, se hizo público que el director del filme, Matteo Garrone, había pagado a la Cosa Nostra para que lo dejaran tranquilo durante el rodaje. Otra prueba es la asombrosa expectación que la presentación de su nueva película despertó ayer en el Festival de Cannes. Visto lo visto, no había para tanto.
Reality pretende funcionar a modo de sátira sobre la obsesión que la sociedad moderna siente por la fama, a través de la historia de un hombre cuya psicosis por entrar en Gran Hermano lleva a la ruina su propia vida y la de su familia. "Quise presentar la televisión como un El Dorado, una especie de paraíso terrenal", explicaba ayer Garrone. "Muchas personas consideran que la telerrealidad podrá cambiar su vida, su destino". Se trata, pues, de hablar del impacto de la fama sobre aquellos empeñados en alcanzarla por los motivos equivocados. Nada de lo que Martin Scorsese no hablara ya, y con más locuacidad que Garrone, en El rey de la comedia.
"Hicimos la película sin ánimo de criticar", asegura el director, y en efecto hay mucha más crítica de la telerrealidad y sus perversos mecanismos en Los juegos del hambre que en Reality. La película se contenta con demostrar el vetusto teorema ideológico según el cual la televisión, sobre todo en su más degenerado formato, arruina a las personas. ¿Tiene sentido hacer una película sobre Gran Hermano que no muerda, que sea inofensiva?
Lo tiene en tanto que al menos nos confirma la pericia de Garrone orquestando secuencias que basculan entre el realismo y la grotesca distorsión y que, en sus mejores momentos, evocan el cine de Fellini.
UN ACTOR EN LA CÁRCEL Como mejor funciona Reality es como homenaje a cierto cine italiano clásico. Pero lo cierto es que no hay rastro de intenciones revisionistas o actualizadoras. Sin ir más lejos, el grupo humano representado en la película recuerda al de las películas del cómico Toto, a quien, no es casual, tanto se parece el protagonista de Reality, Aniello Arena. Arena, por cierto, no estuvo ayer presente en Cannes. Mientras su primera película como actor era presentada al mundo él estaba donde ha estado los últimos 20 años: en la cárcel. Pudo rodarla gracias al régimen abierto.
Transitando de la obsesión por la celebridad a la obsesión por el sexo, el concurso de Cannes presentó ayer también Paradise: Love, de Ulrich Seidl. Mientras acompaña a una mujer blanca de mediana edad que viaja a Kenia para obtener sexo y sentirse deseada a cambio de dinero, el austriaco pretende meditar sobre hasta qué punto el turismo sexual es una forma de explotación, para quienes compran y para los que venden.
"La explotación no es el tema de la película", matizó ayer Seidl. "Lo que trato de expresar es más bien el sentimiento de aislamiento, de soledad. Estas mujeres mayores ya no reciben el amor que necesitan en su país. Y en la película, el deseo de felicidad pasa por la sexualidad", concluyó el director.
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