UN ENSAYO QUE CUESTIONA EL ARTE-ESPECTÁCULO
De dadá a 'El hormiguero'
Carlos Granés sigue el rastro de las vanguardias en 'El puño invisible', ganador del Isabel de Polanco

De dadá a 'El hormiguero'
ERNEST ALÓS
En el verano de 1917, a pocos metros uno de otro, en un callejón de Zúrich, Lenin preparaba la revolución rusa y Hugo Ball la dadaísta. La que triunfó fue la segunda, hasta imponer sus valores a través de la sociedad del espectáculo, plantea Carlos Granés (Bogotá, 1975) en El puño invisible, el libro ganador del premio de ensayo Isabel de Polanco, publicado y ya reeditado por Taurus. "Lo narro como si fuese una novela, con una pregunta, una introducción, un clímax y un desenlace", explica Granés. Con momentos agudos, brillantes e incluso divertidos, por cierto.
El hilo cronológico de esta historia cultural del siglo XX vendría a ser este: "Considerábamos que el dadaísmo se extinguió hacia 1920, que mutó en surrealismo y que finalmente la segunda guerra mundial aniquiló las vanguardias. Sin embargo, brasas del dadaísmo quedaron vivas, y tienen consecuencias palpables en la sociedad contemporánea; sobrevivieron, mutaron en contracultura, hippismo, underground y finalmente entraron en los medios de comunicación, los fascinaron. Hoy, al prender una televisión y ver un talk show vemos a personajes que encarnan los valores que defendía el dadaísmo a principios de siglo".

De dadá a 'El hormiguero'
¿Podría verse El hormiguero de Pablo Motos como un happening? ¿Qué diferencia hay entre Gran Hermano y la escena de Yoko y Lennon en su cama rodeados de cámaras? "En los años 40 y 50, los nuevos artistas revolucionarios decidieron dejar de producir obras artísticas, superar el arte para transformarlo en vida, hacer del estilo de vida un arte de la existencia y un arma revolucionaria. El resultado inesperado es que el público no hizo la revolución sino que se convirtió en un consumidor compulsivo de estilos de vida y de vida privada", explica Granés.
TEORÍA Y FARSA Pero entre las consecuencias más perniciosas de la victoria de dadá que señala Granés no solo está la tontería televisiva sino, aún peor, la irracionalidad y el cuestionamiento de las jerarquías en el mundo académico y la farsa impune en la creación artística.
Un primer subproducto es la imposición de "teorías enrevesadas y barrocas difícilmente relacionables con problemas existentes en la realidad, hasta tal punto que la teoría se convirtió en una espesa capa de vaselina que impedía ver la realidad".
Pero si en las ciencias sociales esto parece una fiebre setentera ya superada, no sucede lo mismo en el arte. De momento. Porque, vaticina el autor, los artistas millonarios que engastan diamantes en calaveras o ganan el Turner encendiendo y apagando la luz tienen los días contados.
"El engaño del arte contemporáneo --concluye-- no va a durar mucho más. Quienes invirtieron grandes sumas en tiburones, mojones y fluidos corporales acabarán perdiendo su inversión y se quedarán con materia orgánica en descomposición, sin valor económico ni artístico".
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