Tras el paréntesis de Grinderman, en el que se embadurnó con la grasa del garaje, Nick Cave, regresa con The Bad Seeds, aunque sin la presencia de uno de los cofundadores de la banda: el guitarrista Mick Harvey. Está de vuelta con un álbum que se sitúa en la línea de trabajos como The BoatmanIs Call (1997) y No More Shall We Part (2001), y, en ausencia de guitarras punzantes, arropado por las atmósferas inquietantes de Warren Ellis, un experimentador en el terreno de las texturas y de los loops.

Cave, haciendo gala de un humor escabroso y mascullando historias delirantes, sin argumento unas veces, narrativas otras, estimulantes siempre. Crooner aventajado del tráfico de emociones, el australiano las factura con un lenguaje que bebe tanto de la literatura de William Blake como del latido callejero y de internet. En Jubilee Street, donde los violines, en un crescendo que bebe de la tensión de las bandas sonoras de las películas de Sergio Leone, desarrollan una suerte de salmodia rematada en final rotundo en el que se escuchan estos versos: Soy un embrión comiendo oxígeno negro / Estoy brillando / Estoy volando / Mírame.. En Mermaids, los teclados remiten a los primeros King Crimson, mientras Nick arde con el sexo de las sirenas. En Finishing Jubilee combina canto y

spoken word, y porHiggs Boson Blues desfilan Lucifer, Robert Johnson, pigmeos, monos, Mylie Cyrus y Hanna Montana (does the african savannah)...

Tan contenido y como dramático, el Nick Cave de Push The Sky Away no se muestra aquí como un tornado sino como algo más perturbador: la calma que precede a la tormenta.