Paseo con la negra flor, el viernes y el sábado, por la agenda de conciertos zaragozana. Dos elecciones, dos, una para cada día. Para el primero, las canciones espléndidas del escocés Edwin Collins, arquitecto de la composición y, además, vigoroso ejemplo de superación de las dificultades; para la segunda jornada, un descenso a las calderas del blues con ese trío incendiario de Úbeda (Jaén) que responde por el fronterizo nombre de Guadalupe Plata.

Collins reunió en el Teatro de las Esquinas a cerca de 200 entusiastas. El músico, se sabe, sufrió en 2005 una hemorragia cerebral que le ha dejado secuelas evidentes (dificultades en el habla, parálisis parcial-), pero ninguna de ellas le impide subirse a un escenario y cantar notablemente un puñado de las hermosas canciones que conforman su repertorio. El viernes ofreció piezas de su nuevo disco Understated (la que le da título, Dilemna, Down The Line, 31 Years), canciones de álbumes anteriores en solitario (Make Me Feel Again, It Dawns On Me, Loosing Sleep, Home Again, la imprescindible A Girl Like You, y Low Expectations y Don't Shilly Shally, en la brilló con la gracia de un Buddy Holly, con las que cerró el bis) y cuatro grandes logros de Orange Juice, la banda que mantuvo en activo entre 1976 y 1985: Falling And Laughing, Consolation Prize, Blue Boy y Rit It Up.

Canciones curativas

Acompañado por dos guitarristas estupendos (uno de ellos aportó también teclados) con celebrada querencia por la psicodelia y los sonidos sesenteros, Collins arrebató por la belleza de su trabajo y por su esfuerzo por lograr que aquella no quedara eclipsada por las limitaciones físicas que le aquejan. Hoy más que nunca las suyas son canciones curativas: para su cuerpo agredido y para nuestras mentes dormidas.

El trío Guadalupe Plata, por su parte, metió en la sala López 260 espectadores confirmando que su predicamento entre el público zaragozano crece con cada nueva visita. Lo de Guadalupe tiene mucha tela: en su cóctel incendiario de blues primitivo y psychobilly encontramos los ecos de Elmore James y Screamin Jay Howkins, de los Doors más delirates, de Veneno y Pata Negra, de las bandas sonoras los westerns de Sergio Leone y de los espasmos de Alan Vega, de los pantanos de Nueva Orleans y de los agujeros negros del Guadalquivir.

Bajo redundante, batería precisa y contundente, guitarra afilada por la vía del slide y voces psicofónicas propician un directo revulsivo que es todo un descenso a los infiernos gozoso y purificador. Viejas canciones y piezas de su álbum (homónimo como sus grabaciones anteriores) más reciente configuraron el programa. Una suerte de Divina Comedia con Dante poseído por el blues.