NOVELA
Todos mienten
Harkaitz Cano reflexiona a partir del 'caso Lasa-Zabala' en su nueva novela 'Twist' que multipremiada en su versión en euskera ha pasado desapercibida en castellano

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RICARD RUIZ GARZÓN
En un país normal, la aparición de Twist debería haber supuesto un acontecimiento. A debatir, si se quiere, pero acontecimiento al fin y al cabo. Pero este, empieza a ser notorio, ni es normal ni, en muchos sentidos, un país. Cómo si no explicar que la cuarta novela de Harkaitz Cano (Lasarte, 1975), la misma que en euskera alcanzó la categoría de fenómeno, la que antes de traducirse al castellano llevaba ya el membrete de tres premios haya cumplido un mes en librerías sin que los medios, salvo honrosas excepciones, se hayan hecho eco de su llegada. Cómo si no entender, de hecho, que no se proclame a los cuatro vientos por qué bastan una veintena de páginas, las de ese giro inicial de la novela titulado Cambalache, 1983, para llegar a la conclusión de que esta no es una novela más, no es una obra cualquiera, no es un capricho editorial. Cómo, en fin, si no fuera porque es precisamente esa anomalía la que se encuentra en la base de la obra.
NO SOLO "EL CONFLICTO" Sabido eso, importa poco recordar que el origen del libro se encuentra en la guerra sucia contra ETA, en el caso Lasa-Zabala aquí transmutado en Soto-Zeberio, en esa visión del conflicto vasco cuya equidistancia se entiende poco, o mal, en otros rincones de España. Reducir Twist a esas coordenadas, ya saben, sería como decir que Romeo y Julieta va del suicidio entre adolescentes.
Ficción y metaficción, relato sobre el relato de un relato, giro constante y perpetuo --de ahí el título del libro--, la nueva propuesta del autor de Jazz y Alaska en la misma frase utiliza a un protagonista, el escritor Diego Lazkano, que intenta sobrevivir a la delación bajo tortura recreando, a veces hasta el plagio, la memoria de ambas víctimas del GAL. Entre rizoma y rizoma, jugando al original y la copia, a la verdad y la mentira hasta sacudir al lector, Cano hace evolucionar a Lazkano --¿otra vuelta de tuerca?-- para que aprenda, madure, ame, odie, se rompa y se reconstruya, y lo hace en un entorno referencial que constituye en sí mismo un valor.
Así, junto a la omnipresencia del teatro, con numerosas escenas extraídas del Platónov de Chéjov, Twist abunda en referencias al simulacro del arte, a la ficción como instrumento de expiación. Junto a la música, con cíclicas menciones de Patti Labelle, Mikel Laboa, Echo & The Bunnymen y Errobi, todo ese barniz de neuronas-espejo, todas esas capas de cebolla que amenazan con equiparar a Lazkano al alzhéimer fingido de su padre, forman el núcleo de una obra que parece lograr lo imposible: poetizar las cloacas. Aunar vergüenza, culpa, amistad y perdón entre bikinis, mítines y partidos de tenis, y hacerlo de modo que el lector responda: "¿Puede sublimarse con el arte la tortura?" (página 375).
Solo una cosa no es Twist: es el olvido. No dejen que les mientan. Normalicémonos.
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