Goya quería por encima de todo no ser sordo. Así lo parece indicar una carta anónima escrita en 1794, dirigida al químico, físico, matemático e inventor francés, Pierre François Chavanau (1754-1842), en la que se precisa el arreglo de una máquina, la última esperanza del pintor para recuperar su sentido, según aparecía publicado en elconfidencial.com. Al parecer, mientras Goya la usaba, se rompió el disco de vidrio rodante que producía la electricidad. Este aparato había sido inventado por el físico alemán Otto von Guericke en 1663 y daba corriente eléctrica, con la la esperanza de lograr un efecto estimulante allá donde se aplicaba.

A la historiadora del arte Gudrun Maurer, conservadora del Departamento de Pintura del siglo XVIII y Goya del Museo Nacional del Prado, le cayó entre las manos (se la facilitó uno del los trabajadores del archivo general del Palacio Real que se encargaba de la digitalización de los documentos) la carta dirigida a Chavanau, uno de los pocos científicos extranjeros que desarrollaron sus investigaciones en España.

Pero la batalla del oído Goya la tenía perdida tres décadas antes de su muerte. En 1797 la Real Academia de San Fernando aceptó la dimisión de su cargo como director de pintura por culpa de la "sordera tan profunda que absolutamente no oye nada, ni aun los mayores ruidos".

POCO EFECTO "Para tratar la sordera, se electrizaba el oído durante unos minutos a través de dos electrodos. Uno de ellos se introducía en el conducto auditivo lesionado, que previamente se había llenado con agua salada, y el otro en el oído opuesto o en una zona próxima a la cabeza", escribe Maurer en el Boletín número 48 del Museo Nacional del Prado. "Tuvo poco efecto por la falta de conocimiento de las causas exactas que provocaban la disfunción y porque no se sabía cómo equilibrar la cantidad de carga eléctrica a las señales acústicas que rodeaban al paciente", aclara.

Pero Goya debía tener muchas expectativas en los resultados de la estimulación eléctrica, porque el autor de la misiva urge al científico el recambio, que paga el monarca Carlos IV.