A los 90 años, Ávaro Mutis mantenía una cabeza lucidísima como atestigua la escritora y periodista Elena Poniatowska que le visitó a finales de agosto en su domicilio de la capital mexicana y le pilló en plena complicidad con su bisnieta. "Dejar vivir es ayudar a vivir" era una de las lecciones que le estaba impartiendo a la niña. Quizá le hablaba también de su infancia en el cafetal de Tolima, epicentro de sus "sueños, terrores y dichas".

Veintitantos días más tarde, ayer, el narrador y poeta colombiano, el más importante de su país si no existiera su gran amigo Gabriel García Márquez, fallecía en México D.F., donde se vio obligado a refugiarse en 1956. En su poesía y en el ciclo novelístico reunido en Empresa y tribulaciones de Maqroll el Gaviero Mutis construyó un universo desesperanzado y aventurero, en la estela de las novelas de Conrad o de Melville. En esas siete novelas a contracorriente, no hay alusiones a un presente en el que no se sentía cómodo, porque, como solía decir, el hecho histórico que más le ha afectado fue la caída de Constantinopla. "Soy un reaccionario --se envanecía--, es decir, un hombre que reacciona contra el presente y encuentra en el pasado fórmulas más nobles, más claras y más plenas". Tenía a gala no haber votado en su vida.

Príncipe de Asturias de las Letras (1997), Premio Reina Sofía de Poesía (1997) y Cervantes (2001), la vida de Mutis, acaricia la leyenda. Hijo de diplomático, niño bien enfermo de literatura, pasó sus primeros años errante por Europa, acuñando su pasión por los barcos y los viajes y si no acabó los estudios en Bogotá fue porque prefirió dedicarse antes a los billares y a la poesía.

Un hecho delictivo trastocó su vida. Trabajaba como relaciones públicas de la multinacional Esso en Bogotá y, cual Robin Hood literario, desvió un dinero de la empresa a actividades culturales y a ayudar a escritores necesitados. Tras la denuncia, su hermano le arregló una nueva vida en México con una carta de recomendación a Luis Buñuel. En su nuevo país cayó en gracia, su cultivada conversación recibió la bendición de Octavio Paz, por entonces Santo Padre de la cultura mexicana, y sus habilidades sociales hicieron de él el ingrediente de todos los saraos. Pero el largo brazo de la Interpol terminó por alcanzarle y le llevó a la prisión de Lecumberri, una de las más duras del país, si no del mundo. Los 15 meses de reclusión le cambiaron la vida.

NACE MAQROLL Antes, había publicado algunos libros y poemas sueltos. En uno de ellos ya había hecho acto de presencia su personaje, Maqroll, el marino errante, que después poblaría todas sus novelas. A Poniatowska que lo iba a visitar cada domingo a la cárcel le confesó: "Cuando encuentras un hombre que ha cometido homicidios brutales, conversas con él y te cuenta de sus hijos, tiene contigo detalles de afecto, se te abren los ojos del alma y te das cuenta de que estás con una persona que es como tú. Esa lección no hay con qué pagarla... Una cosa que aprendí a partir de Lecumberri es que ningún hombre tiene derecho de juzgar a nadie".

Cuando sale es un hombre nuevo. Ha recibido el apoyo de toda la intelligentsia mexicana y vierte lo vivido en Diario de Lecumberri, convertido ya en narrador. Nunca más regresó a ese tema y solía ponerse en guardia con desagrado cuando le hablabas de la violencia, sustrato de gran parte de la literatura latinoamericana actual. "Los escritores latinoamericanos se han dejado llevar por lo anecdótico. La violencia les fascina y eso provoca una cierta facilidad en su escritura".

FE MONÁRQUICA A España, pese a que se llevó los más altos reconocimientos, Mutis llegó tarde y nunca acabó de alcanzar un reconocimiento popular. Cuando venía despistaba a los periodistas con su profesión de fe monárquica. "La experiencia me ha enseñado que la única ley que puede regir la conducta del hombre es una ley de origen divino que trasciende la condición religiosa. Esta es la monarquía", así que estuvo a sus anchas cuando la Reina Sofía le entregó el premio que lleva su nombre: "Todavía siento Latinoamérica como parte de la corona española". Y añadía que no era de derechas, que no había nada que le repugnara más que serlo.

Comprender a Mutis en pleno siglo XXI no es fácil. Hombre de otros tiempos, amante de los gatos, era capaz de recitar de memoria buena parte de En busca del tiempo perdido o al poeta más oculto del Siglo de Oro español y, con seguridad, de haber cumplido el deseo de su poema Amén: "Que te acoja la muerte / con todos tus sueños intactos".