MEJOR HOY QUE MAÑANA

AUTORA Nadine Gordimer

TRADUCTOR Miguel Ángel Temprano

EDITORIAL Acantilado

PÁGINAS 448

Nadine Gordimer empezó a publicar en 1949, con 26 años. Ha publicado 14 novelas y 11 libros de cuentos. Ha ganado el Booker y el Nobel. Ha sido la gran cronista del apartheid. A punto de cumplir 90 años, se nos presenta con una ambiciosa crónica decimonónica que arranca justo después de la abolición del segregacionismo, y termina en 2009, cuando la gran ilusión de Sudáfrica es el Mundial de fútbol que se avecina.

Interprétese aquí decimonónica en el mejor de sus sentidos posibles: coherente con toda la trayectoria de una especialista en el arte del retrato social, experta en alternar el gran angular que captura sociedades enteras con el teleobjetivo enfocado en el detalle individual y concreto. Y todo ello con una intensidad y una ambición propias del mejor Victor Hugo.

El arranque de Mejor hoy que mañana no podía ser más descriptivo: una pareja interracial abandona el piso clandestino en el que hasta hace bien poco se veía obligada a vivir para trasladarse a una casa en lo que ya empieza a ser uno de los bulliciosos suburbios de la nueva clase media. La metáfora del cambio es explícita: en más de una ocasión se nos recuerda que el dormitorio de hoy fue gallinero ayer. La iglesia abandonada del vecindario es ahora una comuna gay.

SUS PROPIOS PROTAGONISTAS Steve es blanco, hijo de anglos y judíos (como la propia Gordimer); Jabu es negra. Se conocieron fuera de Sudáfrica. Los dos militaban en el ANC. Él, químico de carrera, aportaba al grupo guerrillero sus conocimientos en explosivos. Ella gozaba de la avanzada visión de su padre, que había sabido mandarla al extranjero a estudiar.

El fin del apartheid les da por fin permiso para ser protagonistas libres de su propia historia. Uno de los mayores aciertos de Gordimer radica en su elección temporal. La historia avanza lo suficiente para que podamos ver, replicados en la vida privada de Steve y Jabu (más la comunidad que los rodea, esa clase media redefinida que toda revolución está obligada a crear para consolidarse), los problemas que la sociedad sudafricana enfrenta en su conjunto: la clase como criterio de división social, en sustitución del color; la delincuencia, la pobreza, un elevado flujo de inmigración, el desasosiego de la discriminación positiva.

Steve se reconvierte en profesor universitario. Jabu, en abogada especializada en la defensa de los negros en procesos de recuperación de propiedades injustamente arrebatadas en el pasado. Es decir: su reconversión es digna, fiel a sus ideales. Pero no es ciega: ven cómo crece la corrupción, saben que concibieron a sus hijos por un acto de fe en un futuro que no ha llegado a convertirse en presente. Dicho de otro modo, viven en carnes propias lo que en la transición de aquí se bautizó como desencanto.

Los largos diálogos en que los protagonistas debaten sus opciones en un nuevo mundo pueden resultar excesivos para el lector no familiarizado con los detalles de la política sudafricana. Alguna torpeza de Gordimer en el fraseo puede contribuir a aumentar la sensación de que el lector se enfrenta a un trabajo de cierta aridez. Pero son solo pegas menores a una obra de enorme mérito, capaz de detener en un retrato de perfiles exactos un ser tan borroso y móvil como es toda sociedad en transición.