En Hollywood se ganan el pan contando fantasías de robots gigantes, pero a la hora de repartir estatuillas les gusta lo real. Eso explica que, en los últimos cuatro años, tres de las ganadoras del Oscar a la mejor película estuvieran basadas en hechos reales y que siete de los últimos diez intérpretes que ganaron del premio al mejor actor lo hicieran por revivir a gente de carne y hueso. La historia se repite este año.

De los cinco candidatos al galardón tan solo uno, Michael Keaton en Birdman, da vida a un personaje inventado --aunque en buena medida se inspira en el propio Keaton--. Es una tendencia absurda por parte de la Academia, que este año ha dejado fuera trabajos mayúsculos, como el de Jake Gyllenhaal en Nightcrawler o el de Ralph Fiennes en El Gran Hotel Budapest, cuyo mayor pecado es no ser biográficos.

Entre quienes sí están en la final, las quinielas dan como favorito a Eddie Redmayne por su retrato de Stephen Hawking en La teoría del todo. A pesar de que el británico no tuvo que aprender mecánica cuántica --aquí el quid de Hawking es uno más hollywoodiense: se trata de un hombre excepcional que lucha contra obstáculos imposibles--, puede decirse que desaparece dentro del personaje.

LA NARIZ DE STEVE CARELL

En comparación, la transformación experimentada por Bradley Cooper para meterse en la piel del soldado Chris Kyle en El francotirador --18 kilos de músculo, barbaza de leñador, acento paleto-- es cosa de niños, pero Cooper lleva siendo nominado en esta categoría tres años seguidos, y ya se sabe lo que dicen de quien la sigue.

En Foxcatcher, Steve Carell se sumerge del todo --nariz postiza, otra debilidad de la Academia-- en el magnate reconvertido en asesino John Du Pont, pero su interpretación es tan bizarra que tal vez los votantes no hayan querido mancharse las manos con ella. Además, a Du Pont nadie lo conoce. Tampoco el matemático Alan Turing es precisamente una celebridad en Estados Unidos, de modo que el trabajo de Benedict Cumberbatch en The imitation game no cuenta en las quinielas. Cumberbatch, además, ni siquiera se molestó en lucir un triste mostacho para darle vida.

¿Y si los académicos deciden pasar de tanto personaje wikipédico y premiar a Keaton? Después de todo, les encantan las narrativas de redención, y lo de Keaton encarna el tipo de renacer artístico que luego Hollywood convierte en el tipo de biopic que gana Oscars. ¿Conclusión? Faltan dos días.