FESTIVAL DE CINE DE BERLÍN
Un triángulo amoroso
El cineasta reúne en 'La comuna' una colección de miserias y personajes inverosímiles
NANDO SALVÀ
Thomas Vinterberg es un director reputado y presencia habitual en festivales a pesar de que después de su segundo largometraje, Celebración (1998) --premio del jurado en Cannes--, no ha hecho película buena ni ha atesorado más mérito artístico que uno muy dudoso: su indudable habilidad en el arte de la trampa.
A decir verdad, el mundo cinéfilo parecía dispuesto a mandar al danés al rincón de la irrelevancia antes de que el imprevisto éxito logrado con La caza (2012) --haciendo trampas, claro-- le sirviera a su carrera de respiro. Quién sabe si de no ser por esa bomba de oxígeno su nuevo filme, La comuna, estaría compitiendo ahora en la Berlinale. Por ella y por el hecho de que, a estas alturas parece obvio, este año el festival no ha tenido ojo clínico a la hora de completar su cartel.
HOGAR COLECTIVO Sobre el papel, es la historia de un matrimonio de Copenhague que hereda una casa con jardín y, en lugar de venderla, decide convertirla en hogar colectivo para ellos y unos amigos. Sin embargo, a Vinterberg no le interesa tanto llevar a cabo un retrato de grupo como poner el foco en un estridente triángulo amoroso para el que el resto de personajes funcionan esencialmente como figurantes, necesarios para dar justificación a la colección de miserias que pone sobre la mesa del comedor.
Pero justificar es algo que no va con Vinterberg. La comuna es un entramado de situaciones inverosímiles y personajes que no se comportan como gente normal, sino como meros títeres de un guion desesperado por impactar en nuestras emociones, como demuestra un giro final que trasciende el terreno de la trampa para entrar en el del insulto. Por eso no resulta posible sentirse uno más de la comuna, ni creerse los dilemas que se le plantean, ni querer saber nada de sus miembros o del tipo que está tras la cámara, moviéndoles los hilos.
También Alex Gibney es un autor reputado aunque él hasta este miércoles nunca había competido en uno de los grandes festivales internacionales, quizá por el género documental sigue sin gozar del crédito que merece. Es una lástima que este paso adelante lo dé con una película, Zero Days, que no le hace justicia a su talento. Mientras arroja luz sobre un caso de ciberterrorismo llamado Suxnet, diseñado en la pasada década por los servicios de inteligencia estadounidense e israelí para sabotear la industria nuclear iraní, Gibney deja claro que las guerras del futuro no las libran los soldados y sus fusiles sino los hackers y sus virus.
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