Uno abre Los idiotas prefieren la montaña (Xordica) al azar y se da de bruces con esta confesión de Aloma Rodríguez: "Pensé que el dolor pasaría más o menos rápido: al fin y al cabo hacía poco más de un año que te conocía. Los domingos, cuando iba a comer a casa de mis padres, me tiraba en la cama bocabajo y lloraba". Y, sin embargo, el libro es todo lo contrario. Es la mejor premisa que se puede tomar para afrontar la lectura de 110 páginas en las que la zaragozana recrea al añorado Sergio Algora a través de la relación que tuvo con él, alejándose en todo momento de un diario al uso. Reflexiones que llevan de un lado a otro, flashbacks que invocan el espíritu de quizá uno de los artistas que más huella han dejado en la capital aragonesa y en su mundo artístico, y, ante todo, la persona, el escribir con un rotulador indeleble la amistad que vivió la propia Aloma Rodríguez con él.

BAR BACHARACH

La escritora cuenta cómo acabó trabajando en el Bacharach (el bar del propio Algora que se convirtió en su pequeño pasaíso) y como, a partir de entonces, la relación fue creciendo en torno a los libros, la música y las pequeñas grandes ocurrencias de Algora. Y es que conforme avanza la novela, el protagonismo de la escritora queda difuminado en beneficio de lo que el artista fue capaz de crear a su alrededor y ese círculo que parecía eterno hasta que dejó de serlo. Los idiotas prefieren la montaña, que es un verso de Mi última mujer, canción de La Costa Brava que dice "Los idiotas prefieren la montaña / y en mi interior yo tengo una playa / donde fabrico mis recuerdos perfectos, se completa con textos del propio Algora (esos que quedaron guardados en su blog y letras de sus canciones) y de otros como Fran Nixon (compañero de banda) o el poeta y también músico Octavio Gómez Milián.

El gran acierto, sin duda, de Los idiotas prefieren la montaña en cualquier caso, más allá de recrear todo ese universo y ese halo que envolvía a Sergio Algora, es que no es una despedida amarga de una amistad que cultivó y creció sino que es una carta, un tú a tú sin respuesta de Aloma Rodríguez hacia Sergio Algora del que espera que aparezca en cualquier momento trayendo botellas de champán para todos.

Unas cuantas páginas más adelante (después de devorar el libro), Aloma Rodríguez relata: "Sacabas las bolsas negras de los cubos y las cerrabas con un nudo. Con una en cada mano, atravesabas el bar, lleno de gente, repitiendo: Dinero negro, dinero negro". Y, de repente, la luz de Sergio Algora se apagó pero quizá no su halo, ese que trata de recuperar la autora en un libro que ordena sus recuerdos y los lanza al viento para que queden allí o se muevan, pero nunca se pierdan. "Cuando pienso en ti, siempre te recuerdo riendo. Tu cara roja por la carcajada es la primera imagen que me viene de ti. Y me acuerdo de la facilidad con que llorabas de risa".