En Nuestra hermana pequeña, Hirokazu Koreeda vuelve a abordar las complejas relaciones sanguíneas, el abandono y la muerte, entre otros. Para ello, cuenta la historia de tres mujeres jóvenes que, con motivo del funeral de su padre, con quien rompieron vínculos 15 años atrás, conectan con una hermanastra cuya existencia desconocían hasta ese momento.

--Como muchas de sus películas previas, Nuestra hermana pequeña habla de la ausencia de la figura paterna. ¿Por qué?

--La gente suele hacer conexiones entre mi vida personal y mi trabajo, y debo confesar que eso me incomoda un poco. Mi padre fue capturado por los rusos durante la guerra y pasó varios años en un campo de trabajo en Siberia antes de volver a Japón. Y, a su regreso, su trabajo lo obligaba a desaparecer durante semanas. Me acostumbré a no saber cuándo estaría en casa. Tuve que hacerme mayor muy rápido, y quizá por eso suelo retratar a niños obligados a hacerse adultos prematuramente.

--¿Y qué hay de la muerte? Es otro asunto recurrente.

--En Nuestra hermana pequeña, los fantasmas de quienes ya no están sobrevuelan todas las escenas. La muerte me interesa sobre todo por el modo en que afecta a los vivos. Cuando mi padre desapareció sentí un gran vacío, y entonces yo mismo me convertí en padre y el vacío fue llenado. Y así sucederá también cuando yo muera. Es decir, la muerte es lo que hace que las familias funcionen. Ver morir a nuestros mayores, y completar el proceso de duelo por ellos, nos completa y hace crecer como seres humanos, y nos hace transmitir cuanto tenemos a las nuevas generaciones.

--La película podría haber sido un melodrama desgarrador, pero usted escoge mantener los acontecimientos más dramáticos del relato fuera de campo. ¿Por qué?

--Porque eso habría sido muy fácil. No es mi estilo. Lo interesante es conseguir que se transmitan emociones sin que se note. Todos los personajes de la película están atravesados por los recuerdos de las personas desaparecidas. Todas las comidas que tienen juntas están cargadas de memoria. Quizá no es inmediatamente perceptible, pero espero que el espectador llegue a conmoverse.

--Su cine suele ser comparado con el Ozu, ¿eso le molesta?

--En todo caso, la influencia nunca había sido tan explícita como en esta película. No me molesta, es solo que nunca la he sentido de forma consciente. Sería muy arrogante tratar de imitar a Ozu, porque es un autor inimitable. Por otra parte, sus películas me han permitido comprender mejor mi propio trabajo y detectar aspectos de mi sensibilidad artística que desconocía.

--¿Cómo se forjó exactamente su sensibilidad artística?

--Gracias a mi madre, que me llevaba de vez en cuando al cine pero sobre todo me sentaba a su lado en casa para ver las películas de Alfred Hitchcock, por ejemplo, o para admirar a grandes como Ingrid Bergman y Vivien Leigh. Ahora bien, tengo que reconocer que ver películas con mi madre era bastante molesto. Hablaba sin parar.

--Desde el exterior da la sensación de que el cine japonés está mayor. Sus grandes abanderados son usted, Naomi Kawase, Kiyoshi Kurosawa y Takashi Miike, todos más cerca de los 50 años que de los 40. ¿No hay recambio?

--Lo irónico es que ni yo ni los cineastas que ha mencionado somos muy populares en Japón. En el extranjero se nos conoce, pero en casa nos movemos en los márgenes de la industria. En mi país el público no ve cine de autor. Se estrenan muchas películas japonesas, casi el 60% del total, y casi todas ellas son animes y adaptaciones baratas de teleseries. Por tanto, sí hay muchos realizadores de menos de 40 años que hacen películas muy mediáticas, pero es poco probable que esas películas lleguen a viajar fuera de Japón.