Paco Algaba (Madrid, 1968) se encuentra inmerso en la realización de Volksgeit -término alemán que se traduce como espíritu del pueblo-, un proyecto de vídeo-arte que tiene como principal objetivo cuestionar la idea de paisaje como elemento vertebrador de los nacionalismos que atraviesan Europa desde mediados del siglo XVIII, alentados por el Romanticismo. «Para resolver en la experiencia el problema político es preciso tomar el camino de lo estético, porque a la libertad se llega por la belleza», escribió Schiller en 1805.

En 1974, el escritor Georges Perec atendió al asunto de las fronteras en su libro Especies de espacios: «Los países están separados unos de otros por fronteras. Pasar una frontera es siempre un poco conmovedor: una línea imaginaria, materializada por una barrera de madera que además no está nunca sobre la línea que representa sino decenas o centenares de metros hacia acá o hacia allá, es suficiente para cambiarlo todo, incluso hasta el paisaje: es el mismo aire, es la misma tierra, pero la carretera no es la misma en absoluto, la grafía de los indicadores cambia, las panaderías ya no se parecen nada a lo que hace un instante llamábamos panadería, los panes ya no tienen la misma forma, ya no son las mismas envolturas de los paquetes de cigarrillos...».

Para su video-instalación Europa solar (2014), Paco Algaba cruzó las fronteras de 24 de los 28 países que en la actualidad conforman la Unión Europea. El amplio registro de imágenes que grabó durante su viaje, tan distinto al turismo moderno como a su precedente histórico del Grand Tour por Europa, descubre el gesto radical de un autor que desde el inicio de su trayectoria, en 1999, decidió situarse en un escenario ajeno a cualquier postulado convencional, optando por una obra experimental, próxima a lo que se conoce como «cine expandido».

Ese gesto radical, acierta a decir Alfredo Aracil, es el de invitar a pensar con la vista, a mirar de otra manera: desde un punto que desborda el lugar de la mera contemplación ensimismada; en definitiva, de lo que se trata es de bajar la cabeza, para ver el suelo que nos sostiene, donde descansan nuestros muertos. Y no como síntoma de derrota, sino para situar nuestro cuerpo en otras coordenadas. El resultado no se hace esperar: muchas de las ideas establecidas sobre el concepto de paisaje entran en crisis, como corresponde a la situación actual de una Europa, de un mundo, en crisis. Es bueno el texto Aracil, también el de Manuel Olveira, en el catálogo editado con motivo de la exposición Europa solar en el IAACC Pablo Serrano (marzo-mayo, 2017), que tomó la iniciativa ante las excusas del Ayuntamiento de Zaragoza, institución que había producido el proyecto en colaboración con el MUSAC de León, donde se estrenó en la colectiva Sector primario (2015).

La experiencia del paisaje

Componen Europa solar 28 pantallas organizadas en grupos e instaladas directamente sobre la superficie del espacio expositivo que obligan al espectador a bajar la cabeza para ver las imágenes de diferentes tipos de suelos de toda Europa, indiferenciados por pertenecer ya a un paisaje común y estar vacíos de otras referencias que no sean las de los efectos atmosféricos que determinan el tiempo de las cosas.

Tres proyecciones en la pared con sonido del natural -lluvia, viento, pájaros...- recuperan la mirada horizontal para situarnos de pie ante las ruinas de un paisaje que se desmorona. Y la instalación Trabajo de campo, compuesta por 12 vídeos que permiten conocer el proceso de trabajo y escuchar las voces lejanas de quienes habitan esos paisaje en conflicto. El vídeo monocanal Alemania 14, en formato díptico, prologaba Europa solar; y España. Paisajes emblemáticos y paisajes elementales introducía el proyecto Volksgeit, que ahora le ocupa.

La experiencia del paisaje

Paco Algaba pertenece a la estirpe de artistas que desde el inicio de la época moderna han reflexionado con sus obras sobre la experiencia del paisaje. Para que exista paisaje, señala Mar Augé, no sólo hace falta que haya mirada, sino que haya percepción consciente, juicio y, finalmente, descripción. De ahí que Claudio Minca considere que el paisaje es el único concepto moderno capaz de referirse a algo y, a la vez, a la descripción de ese mismo algo, lo que supone que se fundara en una determinada construcción de un sujeto moderno específico que, aprendiendo a posicionarse de manera estratégica y en perspectiva, leyó el territorio que tenía delante.

Algaba elige el paisaje, dinámico sistema de signos y de símbolos, para pensarse e interrogar al mundo. Y lo hace con una mirada que concilia las dimensiones crítica y contemplativa, no en vano en el paisaje la ética y la estética se entrecruzan y conjugan a la perfección. De acuerdo con Joan Nogué, el paisaje siempre es naturaleza real y por tanto relación social con esa realidad, y la única finalidad del objeto estético es la de reflejar libremente la relación humana con la realidad.

En el deseo de cartografiar su posición en el mundo, Algaba se sitúa, y nos sitúa, ante lugares indecisos que delatan el consumo del territorio. El carácter interrogatorio del paisaje se asienta en la singularidad de su escritura fílmica de naturaleza experimental, entre cuyos rasgos cabe destacar la profunda inmersión poética en las coordenadas espacio y tiempo, que conduce a la comprensión del espacio no como estricto lugar de representación sino como el resultado del fluir del tiempo, gran constructor, que discurre lento y siempre adherido al espacio y la transparencia que el tiempo desvela; la impecable puntuación dramática de sus narraciones visuales, quebradas, interrumpidas, discontinuas y aplazadas, casi a la deriva, insertas como están en el trazado emocional de geografías inconclusas; la capacidad de activar antiguas y nuevas resonancias que expresan la evolución natural y la dinámica poderosa de paisajes residuales y explotados. Ruinas y espacios al borde de la desaparición ante los que Algaba nos conmina a pensar con la mirada.