Fue autodidacta y llegó a ser «uno de los magos con más premios en congresos mágicos nacionales». Se trata de Rahma Khan, nombre con el que era conocido el mago turiasonense José Enrique Arellano, que falleció el jueves en su localidad natal a la edad de 77 años. Su funeral tendrá lugar hoy, a las 12.00 horas, en el cementerio de Torrero.

Su fuerte era «el faquirismo, que está considerado un arte afín de la magia», pero también experto en evasión, escapismo y mentalismo, asegura Pepín Banzo, mago, copropietario de El sótano mágico junto a Pepe Lirrojo, y, sobre todo, amigo de Arellano. Reconoce que este «aplicaba sus conocimientos de mago y hacía cosas más asombrosas. Eso provocó que fuera tan famoso y que actuará en Alemania, Francia o Japón» y ganara varios premios nacionales tanto de faquirismo como de mentalismo o de grandes ilusiones.

Arellano, recuerda Banzo, decía que «era un mago que hacía lo que no suelen hacer los magos». Y es que fue el primer faquir español y quizá del mundo en «hacer agradable» un espectáculo de este género porque antes de él «eran desagradables, se veía sangre porque se atravesaban la cara con agujas... eran shows muy gores, pero él lo hacía agradable».

Ismael Civiac (de Civi-Civiac) también destaca ese «saber diferenciarse del resto» puesto que se alejó de la imagen de «faquir como un vikingo. Su línea era superfina y elegante. Eso fue lo que me enseñó a mí, que lo que tenía que hacer era hacer las cosas bonitas». Él quería que cuando los espectadores «te vieran tumbarte en una cama de clavos te vieran elegante y guapo y que cuando caminaras por una escalera de espadas, que sonriera. Siempre me decía que cuando el fuego recorre tu cuerpo debía sonreír, para que el público viera que no estaba sufriendo. Me enseñó, sobre todo, lo que no tenía que hacer».

COMO HOUDINI

Arellano se tumbaba en camas de clavos, pero también hacía volcanes de fuego; era capaz de mantener una llama en la lengua sin truco y, cuando en los teatros se podía fumar, él encendía cigarros al público y atrapaba balas con los dientes. Banzo recuerda que le dio mucha popularidad un número que recordaba a Harry Houdini. Este se colgaba boca abajo con una camisa de fuerza; y el mago aragonés, «intentando superarle» se colgaba igual pero antes pedía a los espectadores que le pusieran 25 metros de cuerda y, encima, 25 metros de cadenas con candados; «él se escapaba y además se reía pese a que cualquiera estaría asustadísmo. Pero decía que se contaba chistes para poder sobrellevar semejante audacia».

Ismael Civiac fue uno de sus alumnos (de hecho le rinde homenaje en el libro que acaba de publicar recientemente para celebrar los 20 años de la compañía), pero no el único, ya que también asesoró a Anthony Blake, al portugués Luis de Mazos; y a otros muchos. De hecho, en los últimos años, «había recopilado todas las ideas y lo estudiado en unas notas y daba conferencias sobre las artes de la evasión», señala Civiac. Por su parte, Banzo, cuenta que el año pasado le llamaron de la Escuela de Magia que hay en El Escorial, que está dentro del programa de la Universidad, a la que «van los mejores magos y él era el maestro».

HOMENAJE EN VIDA

La salud de Rahma Khan era débil en los últimos tiempos, pero nada hacía presagiar este cercano final. De hecho, iba a asistir el martes a la presentación del libro de Civi-Civiac, pero en el último momento llamó a Ismael para decirle que no se encontraba bien. El domingo pasado, sí que asistió al homenaje que le ofrecieron el 2 de diciembre en Teatro de las Esquinas dentro del Esquinas Magic Fest, donde le dieron un premio honorífico.

Todavía es pronto, pero desde El sótano mágico no descartan rendirle tributo en el memorial Pepe Carroll, que tendrá lugar el último fin de semana de enero. El Museo de la magia, que está en el mismo edificio, alberga todo el material profesional de Rahma Khan, nombre que tomó de un personaje del libro Esta noche la libertad, de Dominique Lapierre y Larry Collins.

Arellano comenzó en los años 50 realizando juegos de ilusionismo; pero al ver a un faquir, se decidió por esta disciplina. Con 15 años se subió a los escenarios como faquir Henry. En 1983 sufrió un grave accidente al caer desde más de tres metros de altura. La prensa de la época habló entonces de sabotaje, según se recoge en el libro Aragón, tierra de magos, de Javier Ferrer.