Comienza el Telediario y los presentadores anuncian que el presidente de la CEOE ha aparecido ahorcado en un toro de Osborne. Ese es el trepidante inicio de Factbook, el libro de los hechos (Candaya), la nueva novela de Diego Sánchez Aguilar (Cartagena, 1974). Profesor de Lengua y Literatura, este escritor había transcurrido ya por los caminos de la poesía y el relato, pero por primera vez se embarca en la aventura de escribir una novela, que sitúa en un presente paralelo con elementos fantásticos pero que recuerda, peligrosamente, a nuestra realidad. Sánchez presentó el sábado en Zaragoza en la librería Antígona.

-‘Factbook’ es novela de ficción pero que guarda muchas conexiones con la realidad. ¿Su historia es una advertencia?

-No era esa la idea. Juego con el género de la distopía, y es cierto que las distopías son en parte advertencias, pero yo no me lo planteé de esa manera. Yo me planteé esta novela como una forma de mirar mejor a la realidad porque yo creo que vemos mejor las cosas cuando las deformamos un poco.

-¿Y cómo es esa realidad que quiere desvelar?

-Estamos en una sociedad con muchos elementos represivos que ya aparecían en distopías clásicas como 1984 o Mundo feliz. Quería coger los elementos que conforman el presente y contarlos como si se tratara de una distopía fantástica para que el lector se diera cuenta de cuánto estamos viviendo ahora mismo de esa sociedad que parecía tan terrible cuando se describió en esos libros.

-En un momento de la novela, la protagonista dice que España parece un culebrón. ¿Así lo cree usted también?

-Esa es una metáfora que recorre buena parte de la novela y que explica la idea del relato. La realidad no existe como tal, es una cosa muy compleja e inabarcable y lo que hemos hecho siempre es contar relatos. Y con lo del culebrón, Rosa, la protagonista, se refiere al Telediario, que es el gran relato por excelencia y lo que decide qué cosas entran en el cuento de lo real y qué cosas no.

-Precisamente contra el relato establecido lucha ‘Factbook’, una red social clandestina que aparece en su novela que utiliza los hechos para desmontar la realidad contada. Este método, el de agarrarse los hechos, parece también el que ha escogido el periodismo para combatir la posverdad en la vida real. ¿Los hechos son la solución?

-Yo no planteo soluciones en la novela. Es cierto que es la opción que escogen los impulsores de Factbook en el libro. Ellos quieren anular el relato oficial, es decir, el político y el financiero, pero también el privado. En las redes sociales lo que hacemos es relatar nuestra vida y exponer lo que nosotros queremos para que parezca que tenemos una vida más o menos bonita.

-¿Estamos faltos de verdad?

-Estamos totalmente faltos de verdad. Ahora mismo todo está excesivamente relatado. El terreno de la emoción está siendo muy privilegiado en la política y el periodismo.

-En los últimos meses España ha dado un vuelco políticamente. Cuando comenzó a escribir el libro, ¿se imaginaba que iba a pasar todo lo que ha pasado?

-Empecé a escribir el libro en el 2015 o así. En ese momento no trataba de hacer predicciones, pero lo que sí que me pasaba era que cuando me inventaba leyes, para potenciar el elemento distópico, la realidad me adelantaba por la derecha. Se han aprobado leyes peor de las que me inventaba cuando exageraba. Ahora bien, lo que está pasando ahora mismo no puedo decir que me sorprenda. De hecho, en la novela, quien preside España en ese presente paralelo es Esperanza Aguirre, que es el ejemplo perfecto de política populista de derechas y neoliberal al extremo. Santiago Abascal era la mano derecha de Aguirre, así que, aunque no pretendiera adivinar el futuro, algo sí que acerté.

-Antes del primer capítulo incluye la famosa cita del magnate Warren Buffet en la que dice que su clase, la de los ricos, estaba ganando la guerra de clases. Usted en sus líneas de estudio no ha querido esconder en ningún momento su posicionamiento político ni su conciencia de clase, ¿no?

-No. Obviamente esta novela tiene un planteamiento político, aunque no sea una tesis. Parte del relato del que hemos hablado antes consistió hace ya tiempo en que olvidáramos el concepto de clase. Fukuyama fue el que dijo que ya no existía la lucha de clases porque habíamos llegado al fin de la historia y el capitalismo había triunfado para siempre. Ese discurso nos lo han machacado muchísimo, ahora todo el mundo se considera de clase media y eso es una gran mentira. Hay clases y hay una lucha entre ellas, y en el 2008 se vio muy claramente.

-Sus personajes parecen paralizados ante esta lucha. ¿Por qué?

-Esa es la gran pregunta pero para la que no tengo respuesta. Yo quería captar eso, porque yo mismo lo sentía. En la novela son los crímenes contra las élites económicas los que hacen que Rosa despierte de esa sensación y que se plantee un conflicto ético. Ella, por un lado, se siente mal, porque son crímenes espantosos, pero por otro lado lucha consigo misma para no reconocer que a lo mejor se alegra porque esos ahorcamientos pueden hacer cambiar algo. Esta es una novela muy ética. Las preguntas que quería que los personajes se plantearan todo el rato eran qué han hecho, qué hacen y qué van a hacer.

-Y, siguiendo esta línea, usted ¿qué es lo que ha hecho, hace o va a hacer?

-Soy profesor y ese es mi planteamiento ético: la docencia. Me gusta enseñar a mis alumnos e intentar que aprendan a pensar por ellos mismos. Con la literatura lo que intento es dar respuesta a lo que no entiendo, por eso aunque mis novelas tengan contenido político no son tesis. Cuando una cosa la tengo clara no la escribo. No tengo respuestas políticas, yo no propongo ahorcar a los mandamases. Mi abogado me ha dicho que no lo haga (ríe).