Michael Frayn escribió esta magnífica obra sobre la relación entre Niels Bohr y Werner Heissenberg, dos gigantes de la historia de la ciencia cuyo campo de estudio compartido y el tiempo histórico que les tocó vivir enmarcan el diálogo de ambos, con la mujer del primero como testigo fundamental para esta reconstrucción de la memoria compartida, que logra retener la atención durante la hora y media de la representación.

La obra plantea un ejercicio de memoria rescatada sobre las varias visitas del Heisenberg, a su antiguo Maestro Niels Bohr; principalmente recoge la más importante, en el año 1941. En medio de la ocupación de Dinamarca por la Alemania nazi. Heissenberg y Bohr tienen una entrevista privada, de la que no se conocen detalles ciertos, que supone para el primero casi un acto de traición. En esos momentos uno y otro se hallaban en procesos de investigación que tendrían como consecuencias la fabricación de la bomba atómica, y en los dos bandos se temía que el otro la consiguiera antes. Se plantea pues en la obra una reflexión de carácter moral, donde los principios éticos de ambos científicos se cuestionan vinculados a la lealtad a su causa, a su país, y hasta a su familia.

El famoso principio de incertidumbre, los avances en el control de los procesos de fisión del átomo y su posibilidad de llevarlo a la práctica fueron verdaderos acontecimientos científicos que surgen permanentemente en la escena. Y la responsabilidad ante las consecuencias de sus decisiones es también una derivada fundamental en la obra.

Con estos densos mimbres se trenza la acción dramática. Lo demás lo pone el trío de magníficos interpretes que la levantan sobre el escenario y la buena dirección, sobria y transparente de Tolcachir. A veces es relato casi periodístico y otras drama dialogado, con ágiles saltos de tiempo y espacio, como si la propia dramaturgia fuera otro reflejo de la propia indeterminación moral de los personajes. En el propio texto se alude con cierta ironía sobre la necesidad de una especie de principio de incertidumbre ético, en que el juicio sobre cada conducta en cada instante de su historia sea tan imposible de fijar como la situación de la partícula elemental en cada momento de su órbita alrededor del núcleo.

Los egos de los científicos, su admiración mutua, sus contradicciones y celos, sus reproches ante sus respectivas actitudes y lealtades nacionales, todo eso forma parte de un diálogo sostenido, unido y animado por las intervenciones de la esposa de Börh. Eso y el enigma sobre si Eisenberg detuvo deliberadamente el progreso hacia la bomba en Alemania. Bohr sí que contribuyó a la bomba que acabó sobre Japón, casi al final de la guerra, en uno de los momentos de mayor infamia de la humanidad.

Emilio Gutierrez Caba, Carlos Hipólito y Malena Gutiérrez cocinan un verdadero festín teatral con sus magníficas interpretaciones, y nos lo ofrecen generosamente para que lo disfrutemos. Pocas veces la palabra resulta tan cuidada, tan llena de matices, tonos, tiempos, cadencias... tan expresiva. Todo lo que encierra, y es mucho y muy intenso, llega nítido y emocionado al público. En la sala se nota bien cuando este rito, la ceremonia de la palabra anudada a la emoción de la idea alcanza tanto rigor, y es gracias al talento de estos tres grandes intérpretes. Muchos aplausos y bien merecidos.

Imposible no imaginar qué pensarían estos dos científicos sobre el arsenal nuclear mundial y sobre los idiotas morales que los gobiernan: Trump, Putin, Kim Jong-un... Más incertidumbre.