El día que murió Kapuscinski (Círculo de Tiza), como se titula la última novela del periodista y escritor Ramón Lobo, arranca el 23 de enero del 2007, con la llegada del reportero Roberto Mayo a Mogadiscio, capital de Somalia, mientras el veterano reportero polaco agonizaba en un hospital de Varsovia. Mayo «no sabía entonces que su muerte simbolizaría el hundimiento de una forma de entender y vivir el periodismo», escribe Lobo, que en el libro recorre los principales conflictos que han sacudido el planeta desde finales del siglo XX (Somalia, los Balcanes, el Líbano, Afganistán, Irak, Libia y Siria), muchos de los cuales ha cubierto el propio periodista en su dilatada carrera como corresponsal de guerra.

Ese recorrido, en el que Lobo recrea muchas experiencias propias y otras de colegas de profesión, se hace a través de los ojos de Mayo y su inseparable camarada, el fotógrafo Tobias Hope (alias Puta Esperanza), dos personajes que desnudan de toda mitología la figura del enviado especial a los conflicto bélicos que tanto ha glorificado el cine. Comparten una personalidad compleja, carencias afectivas, sienten una profunda soledad, sufren en la guerra a la par que se sienten atraídos por ella. Ambos trabajan en un periódico imaginario ubicado en Londres -«para tomar distancia», afirma Lobo- al que Mayo ha bautizado como The Nothingness (La Nada) pero que podría ser cualquier otra redacción en cualquier ciudad del mundo.

El libro es un homenaje a Juan Carlos Gumucio, periodista de El País fallecido en el 2002. «Roberto Mayo le ha robado a Gumucio su sonrisa que ilumina ciudades, su bonhomía, su Juanito Caminador [el Johnnie Walker], que sea de Cochamba», cuenta Lobo, que admite sin embargo que el personaje tiene muchas cosas también de él, «más de lo que debiera».

Sudores fríos

«Gumucio no vivió en la época en que se desarrolla la novela y ahí he entrado yo, y bastante. Pero [Mayo] es un personaje que ha ido más allá de mí, aunque lo tengo manchado de muchas cosas que yo he vivido y de muchas cosas que siento», afirma el periodista, que escribe cada domingo en la sección de Internacional de El Periódico de Catalunya.

Tras dedicar buena parte de su vida al reporterismo de guerra, ¿por qué una novela? «Quizá porque cierro una etapa. De alguna forma, esta novela no es una continuación, pero sí un cierre de ciclo que se abrió con Isla África», dice Lobo, en referencia a la novela del 2001, que se desarrolla en Sierra Leona y aborda también la amistad entre dos reporteros. Su intención es «no volver a tratar esos temas, pasar más a la ficción».

Porque muy poco de novelescas tienen las reflexiones que hace Lobo sobre los reporteros de guerra. «Si el jefe le dice, te vas a Ruanda o Chechenia, el reportero pierde el coraje de pronto. Surgen los sudores fríos, la inseguridad. No es solo miedo físico a perder una pierna, un brazo, la vida entera. Es el temor a no saber contar la historia». O su retrato sobre la situación actual del periodismo. «¿Cuántos muertos merecen un gasto», le pregunta en un momento Mayo a su redactor jefe.

Lobo no ve sin embargo su libro como un ajuste de cuentas con el periodismo como él lo ha vivido durante sus años de reportero, sino como un homenaje a una forma de trabajar que la crisis económica y la irrupción de las nuevas tecnologías han transformado. Y su mirada es esperanzadora: «Estamos pasando por un periodo de graves turbulencias. Estamos en medio del humo, pero ese humo desaparecerá y podremos volver a ver con claridad y cuando veamos con claridad veremos que el camino es el mismo: periodismo de calidad».