Atraído por la fama internacional de Joaquín Sorolla (Valencia, 1863-Cercedilla, Madrid, 1923), Archer M. Huntington, fundador de la Hispanic Society of America en Nueva York, visitó la exposición del artista en las Grafton Galleries de Londres el 13 de mayo de 1908, en compañía del escritor Georges Moore. Huntington no coincidió en aquella ocasión con Sorolla y, pesar de las reservas de Moore, quedó entusiasmado. «He ido a la galería Grafton a ver los sorollas. Estaba yo dándole vueltas a estos cuadros cuando presté atención a lo que opinaba GM. Estuvo un rato en silencio. No cabía duda de que la pintura le había impresionado. De repente estalló: Este hombre está muy capacitado, muy capacitado de verdad, no se le puede negar, pero duro, muy duro... Arremetió con dureza, pero siguió reconociendo las cualidades del pintor español», anotó Huntington en su diario.

Y de inmediato ordenó a sus agentes la adquisición de obras de Sorolla y dispuso organizar una exposición, que sería la primera, en la Hispanic Society, inaugurada el 20 de enero de 1908. El encuentro de Huntington con Sorolla no tardó en producirse, pues el 15 de mayo de 1908 el pintor escribió a su esposa: «Hoy he decidido algo que creo de gran trascendencia para nuestro porvenir artístico en Nueva York con ventajas admirables, ni lo de París se puede comparar. Creo que he encontrado a Dios hombre». Huntington logró el patrocinio real para la presentación de Sorolla en Nueva York a través del marqués de Viana, quien además de informar a Sorolla, en octubre de aquel año, de las dos visitas que había realizado con el rey a su exposición en Londres, le animaba a atender la propuesta de Huntington, un auténtico «chiflado de España». Tanto, que la idea primera era inaugurar su museo-biblioteca con una muestra conjunta que presentara las dos visiones de España a través de las pinturas de Sorolla y de Zuloaga, pero el elevado número de obras enviado por el primero aconsejó dedicarles sendas individuales.

Diario de Huntington

El 30 de enero de 1909, Huntington escribió en su diario: «S está frenéticamente entregado a la tarea de colgar sus cuadros, y tiene a los hombres agotados [...] Todo el mundo ha estado trabajando día y noche. El Dr. Martín y yo estuvimos en el edificio hasta las tres de la madrugada elaborando el catálogo, que al fin va tomando forma. S está dispuesto a dejar que nos matemos, si tenemos empeño en ello. Lo único que le importa en este mundo es su arte. Da gusto. Trabaja como a mí me gusta trabajar, así que nos entendemos bien. Sin embargo, me parece que hasta he conseguido cansarle un poquito, y eso también me agrada». El éxito de la exposición fue grande; del 4 de febrero al 8 de marzo la visitaron cerca de 160.000 asistentes. «Lo trajimos a Nueva York casi de incógnito, como lo había proyectado. ¡Cuánto tiempo le dediqué, y trabajo, y paciencia! Pero fue lo que se dice un triunfo [...] El aire estaba por doquier impregnado de milagro. La gente citaba el número de visitantes y tenía continuamente en la boca las palabras resplandor del sol. Jamás había sucedido nada por el estilo en Nueva York. Los ¡oh! y ¡ah! empañaban las baldosas del suelo y los automóviles atascaban la calle [...] Y en medio de todo aquello, allí estaba nuestro pequeño creador, sentado tan tranquilo, abrumado pero no engreído, mientras yo le traducía las oleadas de entusiasmo de la prensa...», se lee en el diario de Huntington.

El éxito de público y de crítica se acompañó de numerosas ventas y encargos, y del proyecto de decoración de la futura biblioteca de la Hispanic Society, que iba a ser fundamental en la trayectoria del artista. En un principio, Huntington planteó la idea de un friso superior dedicado a la historia de España, y debajo una galería de retratos de personajes ilustres de nuestra cultura. Un planteamiento que no convencía a Sorolla, contrario a la pintura de historia. Tras varias conversaciones, Huntington aceptó la propuesta del artista: una serie de paisajes de provincias, destacando los trajes típicos. La decisión, escribió Huntington a su madre, provocó que a Sorolla «se le llenaran los ojos de lágrimas». El problema estaba resuelto.

'Tipos aragoneses', de Sorolla. Obra datada en 1912.

Tras la firma del contrato definitivo, el 26 de noviembre de 1911, Sorolla comenzó a trabajar en su Visión de España. Al tiempo que realizaba bocetos y estudios, recopiló información gráfica, indumentaria, joyas y objetos de las diferentes regiones para, a continuación, iniciar el plan de viajes. Un método de documentación y de trabajo relacionado con el pensamiento de la Generación del 98 y, por supuesto, también con las ideas regeneracionistas.

Aragón fue protagonista de uno de los paneles, pues no en vano, y a diferencia de los pensadores tradicionales y visitantes extranjeros, Huntington apreció el carácter peculiar de las provincias del norte que inspiraron su libro A note-book in Northern Spain (1898). En diciembre de 1911 Sorolla pintó en su estudio de Madrid Abuela y nieta, valle de Ansó que marcó la dirección de la serie. Entre el 29 y 31 de agosto de 1912 hizo dos estudios en Ansó: Tipos aragoneses, que pudo realizar en Madrid, y Tipos del valle de Ansó, que algunos autores datan en 1914. En una carta a su esposa Clotilde, escribe: «Ansó es admirable para pintar personas así que cuando toque hacer estudios de Aragón, volveré para estudiarlo».

Regresó con toda la familia en agosto de 1914. De ese mes y del siguiente son los numerosos dibujos, bocetos, fotografías y estudios de los alrededores de Jaca y Ansó, que le sirvieron para el panel definitivo: Aragón, la jota. El conservador de pintura española de la Hispanic, Marcus Burke, señala que pudo ser Carlos Vázquez Úbeda, uno de los numerosos artistas que acudieron a pintar al Valle de Ansó, quien se lo descubrió a Sorolla durante uno sus viajes documentales. En Aragón, Sorolla hizo amistad con Francisco de las Heras y Gustavo Freudenthal, autor de la fotografía de boda de su hija María en la catedral de Jaca, el 7 de septiembre de 1914, con su discípulo Francisco Pons Arnau.

Las figuras se funden con el paisaje en la pintura de Sorolla. En La jota, observa Javier Pérez Rojas, las figuras y el paisaje están constituidos de la misma sustancia, integrados en un conjunto duro, frío y severo. Respecto al movimiento, Felipe Garín comparó la jota aragonesa con las danzas clásicas y centró en el movimiento el valor del cuadro, por encima del color, para acentuar el ritmo, que tanto tiene de rito antiguo, de danza arcaica.

La pintura por encima de todo. «Yo lo que quisiera es no emocionarme tanto, porque después de unas horas como hoy, me siento deshecho, agotado, no puedo con tanto placer, no lo resisto como antes, es que la pintura cuando se siente es superior a todo, he dicho mal, es el natural lo que es hermoso». Palabra de un pintor enamorado de la pintura.