Ofendiditos: dícese de aquellos que proclaman su repulsa frente a actos y expresiones machistas o sobre las injusticias sociales. Se les puede llamar ofendiditos, feminazis, nuevas puritanas y demás lindezas. La periodista y escritora Lucía Lijtmaer, hija de argentinos trasterrados a Barcelona en los años de plomo, lo sabe porque le han lanzado el epíteto más de una vez como un arma arrojadiza aquellos conservadores, intelectuales (o no), que sienten que se les mueve el suelo en el que asentaban cómodamente sus reales. Y todo porque estos sujetos que son minoría, pero arrastran no poco público, creen que su libertad de expresión se ve mermada al no dejarles reírse o despreciar a los defensores de la corrección política. Así ofendiditos es una nueva palabra que le da la vuelta a la protesta para reírse de ella o criticarla y que tiene su mejor ejemplo en esa coletilla según la cual «ya no se puede decir nada».

Este fenómeno, magnificado en las redes, es la base del ensayo de Lijtmaer en Nuevos cuadernos Anagrama. Una reflexión sobre cómo encajar conceptos como libertad de expresión y protesta en la que ella misma ha actuado como objeto de experiencia: «Cuando escribo no miro los comentarios en las redes, pese a que hay gente que te escribe para matizar algo, y no lo hago porque mi experiencia es que las mujeres que trabajamos en los medios de comunicación nos enfrentamos a una mayor agresividad. Y si además se muestra una foto tuya esa furia es mayor». En una de esas, tras un comentario jocoso a un amigo, le lanzaron un «eres una nueva puritana» a través de Facebook.

ES LA BUENA EDUCACIÓN

La autora recuerda cómo una vez en plena entrevista con el crítico Jon Savage, experto en subculturas juveniles, e interesándose por el asunto de la corrección política, este le dijo: «Lo que algunos llaman corrección política yo lo llamo sencillamente buena educación». De eso se trata, de tratar al otro, ya sea este mujer o gitano, por poner dos ejemplos que han estado en la palestra, como a ti te gustaría que te trataran.

Precisa sin embargo que no busca dictaminar lo que está bien o mal. «No es un ensayo moralista donde yo quiera tener una opinión pública sobre algo pero sí me interesaba hacer un análisis mediático de cómo están jugando los medios de comunicación respecto a la opinión y cómo se reflejan las nuevas nomenclaturas que a su vez están definiendo y desenmascarando conceptos». Para empezar, el mismo término corrección política nació a finales de los años 70 entre la izquierda más ortodoxa y pasó en los 90 a denominar a una generación que luchaba en el terreno de la antiglobalización, la ecología y los estudios queer para acabar como munición pesada de los Fieros Analistas, en denominación de Lijtamaer. El Fiero Analista es la némesis de los ofendiditos.

Hay dos terrenos importantes a los que la autora pasa revista. El de los límites del humor, un fenómeno muy discutido en los medios. «Por supuesto que creo que no hay tales límites pero no te quejes si a alguna gente no le gusta». Hay un ejemplo meridiano, para Lijtmaer, que demuestra la elasticidad de ese concepto y es el chiste de Martes y Trece Mi marido me pega, que en 1992 podía hacer reír pero ahora resulta del todo inconcebible «porque está hablando de una mujer maltratada y eso no nos parece gracioso». También está ese choque que parece haberse producido en el terreno del arte, como la contestación feminista frente a Lolita de Nabokov o a las niñas y adolescentes de Balthus. «Cada caso necesita su contexto. Jamás prohibiría una obra artística, otra cosa es que yo tenga mis propias lecturas de esas obras».