Título: ‘Leonardo da Vinci, un recuerdo de infancia’

Autor: Sigmund Freud

Editorial: Navona

Uno de los trabajos más curiosos de Sigmund Freud se inspiró en las características psíquicas de Leonardo da Vinci. El genio del psiconálisis pretendía elucidar algunos de los misterios del genio de la pintura (y de la arquitectura, y de la física...) renacentista, por lo que decidió someterlo a sus técnicas psicoanalíticas.

Para ello, Freud partió de un recuerdo de infancia del propio Leonardo da Vinci, consignado por Giorgo Vasari en sus tomos dedicados a Vidas de artistas. En esa referencia, Leonardo recuerda que un buitre, siendo él muy niño, se le acercó tanto que llegó a tocar su boca con su cola, provocándole una extraña inquietud y un indeleble recuerdo.

En el análisis de Freud, parecido, diría Ernest Jones, a una reconstrucción arqueológica, y editado ahora por el sello Navona con el título de Leonardo da Vinci, un recuerdo de infancia, ese buitre representaría a la madre.

Lo haría tanto en el plano teórico, a modo de mito o idea protectora, universal, la del nutritivo pezón que amamanta a la cría, como en un plano real, pues Leonardo iría creciendo en ausencia de un padre y muy apegado a las faldas maternas. Esa temprana dependencia, siempre en la interpretación de Freud, iba a condicionar la sexualidad del artista florentino. Orientada claramente hacia la homosexualidad, desde un principio (al menos, desde que existen referencias suyas, una vez hubo ingresado como aprendiz en el taller de Verrocchio), pero con matices.

Conduciéndole, más bien, hacia un homoerotismo estético, contemplativo, pasivo, que incluiría la compañía de hermosos jóvenes, algunos de ellos artistas como él, pero no la satisfacción física con efebos.

Respecto a la proyección hacia su obra artística de estos supuestos condicionantes originados en su infancia y arrastrados a lo largo de su juventud y madurez, Freud señalará y estudiará algunos de sus cuadros más relevantes, partiendo de que la representación de mujeres sonrientes y de bellos muchachos, según nos recuerda Vasari, fueron motivos constantes en su fase de aprendizaje.

La Monna Lisa, para empezar, cuya sonrisa misteriosa, ambigua, hechizadora, es de algún modo desmentida por la frialdad y distancia de una mirada todavía más difícil de describir. «En el gesto de la bella florentina --escribió Freud-- se vislumbra la representación perfecta de los contrarios que rigen la vida amorosa de la mujer: la reserva y la seducción, la devota ternura y la sensualidad que, despiadada y desafiante, devora al hombre como si fuera un extraño».

Esa sonrisa esfumada, tan típica de Da Vinci, se repetirá en cuadros como el de la Virgen de las Rocas y el de Santa Ana, la Virgen y el Niño, donde una doble maternidad (como la que Leonardo tuvo, en efecto, bajo la educación de dos madres) y el dibujo, velado en su contorno, del buitre místico que representa la maternidad se integran con su carga mistérica, humana o pagana, en el formato convencional de los cuadros religiosos.

Un ensayo protagonizado por dos genios: Da Vinci y Freud.