Dicen de él que es un «mago» de la pintura. Sin embargo, cada una de sus obras le cuesta entre 100 y 150 horas. Es Jaime Sanjuán, un pintor zaragozano y uno de los artistas digitales más destacados a nivel mundial. Trabaja con un Ipad y su dedo, nada de pinturas, caballetes o estudio. Y premio al que se presenta, premio que gana. El último, el American Illustration (por tercer año consecutivo), dedicado a la pintura genérica, tanto digital como analógica, pero en España «no me puedo presentar porque no se permite la pintura digital», asegura. Con estos reconocimientos pretende que «se empiece a reconocer que la técnica digital es una técnica válida», señala.

Y como muestra, la exposición que hasta el 27 de octubre puede verse en la sala de Caja Rural en Zaragoza -c/ Canfranc-, titulada La mirada efímera, que después viajará a Calatayud y Huesca. En ella da a conocer cuadros nunca vistos en Aragón -llevaba dos años sin exponer «en casa»- o «aquellos que se vieron en la exposición del Pablo Serrano en el 2015 y que han obtenido un premio».

Todas las obras (hay una treintena) tienen un hilo conductor, «el paso del tiempo, la fugacidad de la vida, de ahí el título, La mirada efímera porque la belleza es efímera y por eso es hermosa», reconoce; y pone como ejemplo «una flor o un amanecer, que es bello porque dura poco pero el cielo azul, que es impresionante, nos impacta menos porque lo vemos más».

El día a día

Los cuadros son «autobiográficos, cuentan algo de mí, están inspirado en mi día a día, en lo que me influye», asegura. Y lo explica: «Cuando empezaba intentaba contar otras cosas, pero cuando pintas sobre algo ajeno a ti no eres capaz de interiorizarlo».

«Siempre me ha gustado la pintura realista pero la pintura digital me ha ayudado a encontrar mi propio estilo». Le molesta relativamente que comparen sus cuadros con fotografías porque «no es lo mismo, con automatismo no puedes conseguir lo que consigues de forma manual», señala; ya que aunque puede no parecerlo, aplica varias capas y volúmenes en sus obras. Por eso, en su exposición del Pablo Serrano se mostraban vídeos de cómo pintaba. Sin embargo, ahora, juega con las obras, «pinto un bodegón y hago que una figura explote o la corto por la mitad para diferenciarme de la fotografía, porque me di cuenta de que lo que más me gustaba y divertía era esa mezcla de estilos».

En esta exposición muestra una nueva técnica. Su instrumento de trabajo es un Ipad pro, que «tiene una pantalla grande, de un A4» pero a raíz de exponer en Madrid, está empezando a trabajar con unas «planchas de metal muy grandes» que le permiten que su trabajo se imprima en cuadros de más tamaño, de 1,6 por 1,20 metros. «Me gusta más que el papel porque permite colores intensos», dice, pero «el proceso es mucho más caro porque no lo puedo hacer yo».

Su formación es clásica. Terminó el bachillerato artístico en la Escuela de Bellas Artes de Zaragoza y se licenció en Bellas Artes por la Universidad de Castilla La Mancha. Para él, «la acción de pintar es igual de complicada» pero más rápida en la versión digital porque «no tengo que preparar materiales ni limpiar pinceles».

En los últimos años ha notado un cambio a lo hora de valorar su trabajo. Antes, un cuadro costaba unos 250 euros; ahora unos 3.000 o 3.500, eso sí, antes hacía una tirada de 25 copias y ahora es una obra única. «Pinto, lo imprimo una vez y cuando lo vendo destruyo el archivo digital» y «el coleccionista suele ir a lo seguro» y quizá en el futuro acepte copias como en los grabados o las fotografías pero «es el inconveniente de ser uno de los primeros».