Asier Etxeandia (conocido sobre todo como actor) y el músico Enrico Barbaro conforman Mastodonte, una de las grandes revelaciones de la temporada musical que hoy, junto a su banda, llega a la Oasis con su espectáculo La transfiguración del Mastodonte. Se entienden tan bien y tienen tan claro el concepto del proyecto que ambos contestan indistintamente a las preguntas.

-¿Cómo surge Mastodonte y quizá lo más importante? ¿Cuál es la pretensión del proyecto?

-La pretensión era sobre todo encontrar un sonido que nos definiera, con el que nos sintiéramos identificados. Encontrar un estado de ánimo y un discurso en el sonido y en las letras y en el concepto del álbum en sí y trabajar a fondo para crear un espectáculo. Crear un sonido, un estilo y hasta una forma de vida, un mensaje que tuviera que ver con lo que nosotros queríamos contar y plantearnos cómo desarrollarlo en escena. Y, por cierto, durar toda la vida.

-Hablamos de un proyecto en el que tan importante es el sonido como la puesta en escena. ¿Sería inconcebible la propuesta sin alguna de estas dos patas?

-Pues en este caso creemos que sí. Más que nada por a qué nos dedicamos los dos. Ya lo decía la canción de Bowie, Sound and vision, que es nuestra gran inspiración. Un sonido lleva una visión y una visión lleva un sonido.

-¿Era necesario transfigurar al Mastodonte?

-Sí. Tal y como vemos nosotros al Mastodonte es como una amenaza. El Mastodonte es nuestra propia voz amplificada diciéndonos que no es posible, que no podemos dar el cambio, que no valemos lo suficiente. No nos referimos a la nuestra en concreto, sino a la de todos. Mastodonte es la inseguridad de cada uno. Es la vida, que es un peso. Transfigurarlo y convertir el peso en un diamante creemos que es necesario y la primera labor del arte. Transformar, transfigurar y convertir la mierda en oro. Y la música es un buen medio para conseguirlo.

-¿De dónde surgen las canciones y cómo es el proceso de composición?

-Es muy libre. No nos planteamos cómo queremos que suene. El proceso, depende, a veces empieza con una base que quizá ha creado Enrico... Otras veces empieza con una melodía cantada que yo tenía guardada con una letra mía. Otras veces empezamos a improvisar los dos directamente y decimos «esto suena bien», lo repetimos y lo guardamos. Y a partir de ahí empezamos a crear. Hacemos una especie de trajes a medida para las canciones y lo que queremos contar o la emoción que queremos transmitir. Después, empezamos a pensar cómo queremos que suene, escuchamos música juntos y vemos películas.

-¿Tenían clara la apuesta por un sonido barroco, si es que se puede etiquetar de algún modo?

-No, en absoluto. Si hay algún sonido barroco es porque la canción lo requiere o porque a la emoción que queremos contar le ayuda ese sonido épico o barroco. No nos gusta etiquetarnos ni nos gusta definirnos. Nuestra identidad es que cambiamos de identidad.

-Es un hecho que el disco es un recorrido emocional y sensorial, ¿cómo se consigue traspasar eso al directo y al escenario?

-Precisamente el escenario o el concepto teatral te ayuda mucho a componer estéticamente las canciones, tanto en el vestuario como en la iluminación, la posición que tenemos en la escena, los movimientos que pretendemos hacer a la hora de interpretarla y con la emoción con la que cantamos esa canción. Muchas veces hablamos incluso de la emoción que deberíamos sentir todos o qué es lo que nos está pasando exactamente en la cabeza cuando estamos tocando una canción en concreto. Con qué sentimiento. Todos los que están en escena interpretan de alguna forma lo que están sintiendo o lo que la canción requiere. Nos gusta también crear un guion y unir las canciones de alguna forma para que, no evidentemente pero sí de forma encriptada, exista un mensaje que le llegue al espectador. De muchas otras maneras, no dándoselo hecho pero con mucho simbolismo y, sobre todo, con energía.

-Desde luego están llenando salas con una propuesta alejada del canon impuesto. ¿Tiene algo de rebeldía Mastodonte?

-Pues suponemos que sí, pero no por el hecho de ser rebelde o aparentar, no. Por el hecho de ser libres y hacer lo que nos da la gana hasta el final. No tenemos un sello discográfico que nos exija que la canción tenga que sonar de alguna manera o que tenga que tener una duración. Lo hacemos dependiendo de nuestro imaginario y lo que nos emociona, y nos juntamos y todo vale. Nos permitimos probar y probar y probar, y de repente decir «no, esta idea no era buena» y eliminarla. Y el hecho de que una canción dure mucho es porque quizá nos gusta llevar de viaje al oyente. Si somos rebeldes no es por intención, es que igual somos rebeldes de nacimiento (risas). No intentamos gustar, tampoco. Nos gusta mucho más que nos entiendan.

-¿El arte debe aspirar a cambiar la sociedad?

-Sí, absolutamente. Es el mayor propósito del arte: transformar y educar emocionalmente a la sociedad. A parte del placer que nos proporciona hacer música, tocar en directo y cantar, creemos que lo que más nos emociona es pensar que el que viene a vernos sale transformado y tiene más fuerza para enfrentarse a su vida y tomar decisiones correctas. O para quizás ser más compasivo, o amar mejor, o ser más empático, o ser menos juzgón con el resto de la gente… La belleza del arte invita a reflexionar.

-¿Esperaban tener este éxito?

-Sí, absolutamente. Si no, hubiese sido muy injusto porque hay mucho trabajo detrás y lo que sabemos es que es muy honesto. Lo que hacemos es muy de verdad y nos damos al 100%. Es más, tenemos éxito pero aún sentimos que damos mucho más de lo que recibimos.

-¿Qué se puede esperar el público que vaya al concierto de Zaragoza?

-Pues… un suceso. Lo que ocurre con Mastodonte es mucho más que un concierto, mucho más que un show. Lo que sucede, no sólo por lo que hacemos nosotros sino también por lo que ocurre con el público, está más allá de lo que decidamos hacer. Mastodonte es más inteligente que nosotros, simplemente somos canales para que ocurra y tanto el público como nosotros llegamos al éxtasis. Ocurre algo que pocas veces hemos vivido, tanto como espectador como performers. No habíamos vivido nunca algo así.