Ni tiene mariposas en invierno, ni montañas con risas de clavel, ni arrecifes dorados. Estos son los versos con los que Joaquín Carbonell comenzaba -en un ya lejano año de 1976- su Canción para un invierno (a Teruel).

Estaba esta hermosa balada en la cara 2 de su LP Con la ayuda de todos. Muchos niños de mi generación la aprendimos de memoria al escucharla en pueblos de Teruel muy próximos a Alloza («el lugar en donde florecen los almendros») localidad en la que Joaquín Carbonell nació en plena calor de agosto del año 1947.

Por lo pegada a la tierra turolense de su melodía y estrofas, siempre he considerado Canción para un invierno como uno de los dos himnos de Teruel; siendo el otro, el del escolapio Calasanz Rabaza (nacido en Cantavieja en 1868), cuya letra escribió en 1920, con partitura para coro y orquesta del músico Tomás Bretón.

Tras la muerte de Franco, en 1975, y durante los posteriores y transcendentales años de la Transición, la canción protesta y los cantautores llegaron a ser en España tan célebres como pocos años después llegarían a serlo los grupos de La Movida. Salvo con una notable diferencia: los cantautores llegaron a ser también muy populares entre la población de mayor edad, y muy especialmente entre la de la España rural. Basta con ver en las fotos en blanco y negro de la época al público que asistía a los conciertos que daban en los pueblos José Antonio Labordeta, el propio Joaquín Carbonell, La Bullonera, Tomás Bosque o Daniel Pequerul. Resulta entrañable ver en las imágenes de aquellas actuaciones a entusiasmados abuelos con boina y abuelas con toca, acompañando a sus nietos para oírles cantar sobre un improvisado escenario encima de remolques de tractor.

Pero todo tiene un fin y la creatividad y brillantez intelectual de Joaquín Carbonell lo llevó a triunfar posteriormente como escritor (autor de varias novelas, libros de poesía y ensayos) y como profesional de los medios de comunicación. De la etapa de finales de los años 80 recuerdo el divertido Tres asaltos, programa que se emitía en TVE-Aragón, y en el que Joaquín Carbonell entrevistaba a su invitado sobre un ring de boxeo, llevando ambos puestos guantes de púgil y simulando hasta tres asaltos de un combate (con tiempos al rincón incluidos) mientras Joaquin Carbonell formulaba, y el personaje invitado respondía a las preguntas. «Esta pregunta le va a doler», solía decir bromeando.

En 1998 tuve la oportunidad de entrevistarlo para Diario de Teruel, con motivo del lanzamiento de su disco Cariño y tabaco. En aquella entrevista Joaquín Carbonell relató que su etapa de estudiante (entre 1967 y 1970) en el instituto San Pablo, de Teruel, fue de gran importancia para su carrera. Allí conocería y entablaría amistad con José Antonio Labordeta, Eloy Fernández Clemente, Sanchis Sinisterra, Federico Jiménez Losantos y Pilar Navarrete.

De su etapa como periodista en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN a día de hoy sigue resultando excepcional, por su gran ingenio y concisión en apenas unas líneas, la siempre lúcida y sugerente crítica de televisión que hacía en su imprescindible (tanto como la del horóscopo) sección La antena paranoica.

Y cómo no, Palabra de honor, sección que durante años publicó este diario, y en la que Joaquín Carbonell, a través de divertidas entrevistas convirtió en protagonistas a miles y miles de aragoneses.

Por cierto, que quien estas líneas escribe tuvo la fortuna de ser uno de ellos, a propósito de la primera exposición fotográfica que, en octubre del 2002, presenté en la cafetería Montmartre de Zaragoza. Titulé a aquella muestra Mi tierra, la cual estaba integrada por imágenes que había captado por distintos lugares de la geografía aragonesa, en calidad de colaborador de las revistas mensuales Trébede (fundada y dirigida por el periodista aragonés José Ramón Marcuello), y Viajar por Aragón durante el tiempo en el que esta publicación -de carácter mensual, como la anterior- estuvo dirigida por el periodista aragonés José M. Martínez Urtasun. El título de aquella exposición fotográfica lo elegí en homenaje a Joaquín Carbonell, y su Canción para un invierno (a Teruel) al igual que el título de una de las fotografías de la muestra: Canción del olivo recordando a otro de los temas de su primer álbum.

En mayo del 2003, volví a tener el placer de encontrarme de nuevo con Joaquín Carbonell. Esta vez en Albarracín, en el café El Molino del Gato en donde ofreció un entrañable concierto acústico, con canciones del disco que acababa de editar, cuyo título Sin móvil ni coartada, volvía a ser epígono del irónico humor de Georges Brassens. Doce temas que evocan, por veces, susurros de Joaquin Sabina, de Javier Krahe, y hasta de los mismísimos Beatles. Y tanto que sí. Pero siempre siendo él mismo: Joaquín Carbonell, turolense y -sin cursilerías- aragonés universal.

El pasado día 12 de septiembre Joaquín Carbonell nos dejó, pero no sin antes habernos legado un mar cansado y bello, que cobijó grandeza y trueno, como el señor que da la mano, sin dividir lo malo y bueno (versos de Me gustaría darte el mar del álbum de Joaquín Carbonell Con la ayuda de todos; RCA, 1976).