El pasado domingo «cumplió» 77 nuestro Aute y a ti, antes de aparcar con tu Cometa Peseta vintage del 47 y llamar a las puertas de la Torre de la Canción, ya te salieron a recibir Brassens, Atahualpa, Gardel, la Paca del Cañizar, Pascual, Federico (Lorca, no Jiménez Losantos), Macorina, Discépolo, el Abuelo Labordeta, Buñuel, Chomón y toda la canallería de vates y cantores de la Vía Láctea. Me puse en el insomnio de la madrugada A por el mar de mi padrino filipino, tu delicada Me gustaría darte el mar y el Mar de amor de José Antonio Labordeta porque, de tanta despedida adelantada, yo me he quedado seco de llorar en tiempos de pandemia y sólo me cuelgan uvas pasas de las legañas.

Septiembre es un mes cruel para los que nos quedamos. Veinte años sin Mauricio Aznar, diez sin Labordeta y una semana sin ti. Pero tú, Carbonilla, así te llamaban tus colegas periodistas, ya estás feliz por esos arrabales de las chimbambas que esperan tras la comedia de la vida. Y ya te estoy oyendo, entre las carcajadas atronadoras de tus ilustres vecinos, soltando la primera somardez:» ¡Coño, si lo sé, me muero antes! ¡Esto es la gloria y no reza ni Dios!»

Te mando estos dos daguerrotipos barcelonís en que nos dejamos robar el alma. En la primera foto, en abril de 2011, homenajeábamos a Labordeta en Barnasants dos generaciones de trovadores, María José Hernández, Eduardo Paz de La Bullonera, Gabriel Sopeña, tú y yo, y cantamos juntos las Meditaciones de Severino el Sordo (Arremójate la tripa para los profanos) el Somos y el Canto a la libertad con los niños de la Escola de música de Viladecans.

Muchas lunas de principios de los 80, cuando tú le habías cortado las cuerdas y la coleta a tu guitarra, nos vieron cerrar aquellas discotecas, el Plató, el Rollers donde las camareras venían con patines como chicas Martini. Una de aquellas alboradas acabamos la kurda en tu casa, durmiendo como bebés roncadores en una cama de agua que tenías. Nadie es perfecto y aquel tipo de mostacho del profundo Teruel, el nieto del Tío Curro que cantaba Soy de una tierra mudéjar, tenía una cama de agua y se encamó con un punki de Calatayud y exseminarista catorce años menor. Yo creo que me respetaste, ¿verdad, Joaquín?, y hablaríamos de Faulkner y reiríamos mucho porque el único mandamiento de nuestra religión era Prohibido aburrirse. Aunque ahora, la verdad, tengo dudas, «déjate, déjate, un hombre en la cama» y quizás me metiste la puntita, pues luego terminaría de cantamañanas con los tranvías verdes, los calendarios zaragozanos y los hijos del cierzo, como tú. En fin, nadie es perfecto.

Pero entonces no conocíamos a Fernando Simón (que tiene, por cierto, la misma cara que el virus de los dibujos animados de Érase una vez) ni sospechábamos nada de esta mierda de presente «pluscuaimperfecto» que sólo se conjuga con el condicional. Sólo buscábamos el último gintonic y ver más chicas guapas con labios púrpura y el pelo cardado.

También te recuerdo, viejo Carbo, en Chile en el 94. Viajamos con Mauricio para cantar bajo los Andes en un barrio de Santiago de casitas humildes con calles de tierra. Venías con Virginia (aunque ella se llama Marisa) de luna de miel. Disfrutamos de lo lindo, trovando en los cafés, comiendo esos mariscos del Pacífico que daban miedo de lo enormes que eran, siguiendo las huellas de Víctor Jara, Violeta o Nicanor Parra. Allí fuimos felices y libres con mayúsculas. Allí nos sentimos robinsones y mohais de la isla de Pascua mirando a la conjunción de Saturno y Júpiter.

Ayss, Joaquín, cae la noche en la Tierra, entre escombros y supervivencias, y el mar de las islas griegas arde y todo el planeta es un campo de refugiados y un enorme incendio de ciencia ficción, donde alguien le ha dado el «pause», no digo a nuestros sueños sino a las pequeñas ilusiones. Se nos están follando vivos a los titiriteros y a la cultura, entre el putovirus, el miedo y la impotencia de quienes nos siguen y el fascismo neoliberal de las puertas giratorias que no quiere librepensadores sino mano de obra barata, enganchada a su chupete digital y sus pantallas.

Cuando murió Pilar, mi madre, tú me guasapeaste fotos de Angelita, tu progenitora de 101 años. Y yo te respondí: «¡Mamonazo, con esos genes y la longevidad de tu familia, vas a cumplir 75 años en los escenarios y nos vas a enterrar a todos!» Ya ves, Joaquín.

Los quechuas no conocen la palabra Adiós, ellos dicen «Tupananchiskana: Hasta que la vida nos vuelva a encontrar. Y sí, creo en otra vida, en la resurrección de los muertos, en el misterio del amor y sus heces, en los mil budas y las apariciones de la Virgen en Medjugorje.

Creo en las canciones que ayudan a levantarse y más en este frío invierno de la Tierra. Ayss, Joaquín, ahora que ya eras profeta entre las oliveras, que cantabas como nunca, que confiabas en tu salud y tu paciencia para recoger lo sembrado tantos años, ahora vas y la cascas aragonizándonos a todos. Tulipán, Tupinamba, Tupananchiskana, querido Joaquín.