Muchas veces pienso en lo fácil que habría sido que los caminos de muchos amigos queridos nunca se hubieran cruzado con los míos. Y sin embargo no solo ha sucedido sino que además ellos y yo hemos sabido aprovecharlo y disfrutarlo. Ocurre igual con no pocos libros, supongo, porque llegan y se quedan. También con algunos autores, que parece que continuamente han estado ahí, acompañándome con su escritura, protegiéndome, intuyendo que la historia construida me enriquece como no imaginan ni siquiera ellos. Tengo la buena suerte de saborear todo esto de vez en cuando. Sin duda merece ser atribuido a la buena suerte que de repente alguien aparezca en nuestra vida y la haga mejor, más equilibrada y serena, si es que en los tiempos que corren es eso posible.

Sí, claro, por supuesto que lo es, pero si por una de esas fatalidades del destino ese alguien no apareciera, pues habría que inventárselo. A mí Raluca me parece un personaje maravilloso, de esos que te llevarías a casa y que no dejarías escapar porque sería estúpido hacerlo. No, no estamos ya para estupideces, que bastante tenemos con las muchas que toca soportar a menudo. Raluca es sabia, porque la mejor manera de aprender es la de luchar por una vida propia, cosa que hace a diario porque siempre a diario ha conocido las dificultades. Y luego está Pablo, tan lleno de enigmas y de indefensión, tan lleno de dinero, de ese que no da la felicidad. La acción transcurre en un pueblo, Pozonegro, que desde el principio se convierte en un personaje más, que engulle y fagocita a los testigos de sus noches terribles. El silencio que se desprende arremete contra cualquier posibilidad de vida, y la oscuridad resulta muy similar a aquella que nos atemorizaba un lejano día, cuando de niños pedíamos que nos encendieran una luz para poder dormir. Son sombras sospechosas que acechan y que conviene esquivar e incluso no escuchar, dándole a la narración una tensión que evoca soledad y desamparo.

De ahí lo importante que, editado por Alfaguara, es descubrir La buena suerte, nuevo título de Rosa Montero, que maneja el lenguaje como nadie; que le da a la fantasía dosis de realidad que quedan perfectamente encajadas, como si fuera ese su estado natural; que construye reflexiones que exigen soltar el libro y pararse a procesarlas; que sabe que siempre ha de haber prioridad para la belleza; que conoce bien lo importante que es que los caminos de unos se hayan cruzado con los caminos de otros.

Me gusta que la literatura rescate a quienes se obstinan en sobrevivir y nada más. Los hechos reales estremecen por su crueldad y reflejan la crudeza de lo que puede llegar a ocurrir. Pensar en ello supone un desgaste, porque nada agota tanto como una duda que no hay manera de ahuyentar. No va a resultar fácil que se borren de mi mente algunos de los acontecimientos narrados, que definen, señalan y dibujan la esencia de todas las miradas que surgen de estas páginas, sobre todo las de quienes lejos de todo protagonismo son claves para que al conjunto no le falte detalle. Unos tienen la habilidad de ayudar a entender el pasado, otros hacen lo propio con el presente y no faltan quienes son capaces de darle forma al futuro, porque tanto de Pablo como de Raluca queremos averiguarlo todo. Esta es una novela que encierra verdad y que exige transparencia. No titubea en sus premisas ni en sus objetivos, y muestra cómo el terror se instala en lo cotidiano pues no conviene dejar de lado que hay ocasiones en las que en lo cotidiano anida lo terrorífico. He disfrutado muchísimo leyéndola porque ha nacido con el propósito de quedarse, como los buenos amigos, esos que de repente se cruzan en nuestro camino, o quizás seamos nosotros los que nos hemos cruzado en los suyos. Sea como sea, es cuestión de suerte, de la buena.