Apenas se levanta el telón uno ya ve un gran mapa de España presidiendo la escena y ya tiene claro que el encuentro entre Antonio y Manuel Machado que va a suceder no va a ser un sueño normal. Y no porque seguro que sea una situación que se haya dado en más familias sino porque es cuando las dos Españas dos Españasde las que hablaba Antonio (Machado) toman más vigencia que nunca. En un duelo dialéctico sin tregua, Carlos Martín (en el papel de Antonio Machado) y Félix Martín (Manuel Machado), los dos grandes poetas despliegan todo su talento intelectual en una conversación que nunca pudieron tener.

Es momento de arrepentimientos, de mostrarse afecto, de reivindicar lo que uno hizo por el otro y también, por qué no, de echarse en cara cosas. De decirse educadamente, o al menos a esa conclusión se llega sin mucho esfuerzo, que la guerra no vale para nada sino para provocar dolor y que nadie convence por el simple hecho de vencer.

Y es en esos momentos de duelo dialéctico, de lucha (siempre verbal) entre dos hermanos, cuando la interpretación llega a unos puntos muy álgidos con dos actores (Carlos Martín es, además, director de la obra) que se muestran cómodos no solo en su papel sino en la aceptación de la escena con el otro. Y eso se traduce en una química que se respira por todos los poros. Solo así, no pretendo desvelar nada, el espectador no solo entra en el juego de la credibilidad (esa que o te la da un intérprete desde dentro o nunca se alcanza) sino que no necesita nada externo para ello, solo sentarse en su butaca y dejarse llevar por una historia densa, sí, pero atractiva y que sucedió no hace tanto...

Pero por si fuera poco, ese duelo dialéctico entre los dos hermanos, llega aderezado por los ocho papeles que interpreta una sensacional Alba Gallego, que pasa por el escenario como una actriz consolidada (pese a su juventud) y desplegando toda una serie de aptitudes que acaban engrasando del todo la obra. Porque si antes decía que era un duelo dialéctico sin tregua entre Antonio y Manuel Machado, la realidad es que sí hay algún espacio de descanso y de transición, todos de la mano de Alba Gallego. Y es que las interpretaciones de la actriz son vitales para que la acción vaya caminando de un lado a otro y para que los dos hermanos vayan centrado sus momentos de diálogo.

En definitiva, Los hermanos Machado, cuyo texto es de Alfonso Plou y que estará en el Teatro Principal hasta el próximo domingo, no es un acercamiento a la figura de Antonio Machado, o por lo menos, no es una repaso a su vida como si de cualquier biografía se tratara sino que es una producción en la que su historia y su relato gana peso no por sí mismo sino por quien tiene enfrente, su hermano Manuel, en el bando nacional, «de los vencedores», como dice él.

Por supuesto, no hay que dejar de lado el trabajo nuevamente reseñable de Óscar Sanmartín en la escenografía, de Gonzalo Alonso en la composición musical (ecos de la Historia de un país), de Tatoño Perales en la iluminación y de Ana Sanagustín en el vestuario.

No es el mejor momento para que una nueva producción eche a volar por causas que ya aburre relatarlas pero Los hermanos Machado merece tener un vuelo muy alto que vaya desde Colliure hasta el sur de la península porque, como se puede oír en la propia representación, «caminante no hay camino, se hace camino al andar».