El escritor aragonés Miguel Serrano Larraz presenta el sábado a las 12.30 horas en La malteadora (calle Juan José Rivas, 6) su última novela, CuántasCuántas cosas hemos visto desaparecer (Candaya).

-En ‘Cuántas cosas hemos visto desaparecer’ se ven temas que ya había tocado en anteriores trabajos pero se ve una evolución narrativa en ellos...

-No lo sé, me gustaría pensar que sí, que evoluciono de alguna manera, que hay algún cambio tanto en la vida como en las cosas que hago.

-¿Cómo nace esta novela?

-Al principio iba a ser de una ciencia ficción sui generis pero ciencia ficción porque pensé en la idea de que la información que circula por internet lo hace a una velocidad increíble, a la de la luz básicamente, y pensé si eso se podía desarrollar de algún modo para que en alguna red social se pudieran mandar mensajes al pasado. Y eso iba a ser la novela, una en la que eso sucediera de verdad, en la que una amiga le intentaba convencer a la otra de que había encontrado la manera de mandar mensajes al pasado y no la convencía. Al final, ha quedado en una cosa en la que es todo una locura.

-¿A qué se refiere?

-Empecé a documentarme sobre mensajes en el tiempo y me parecía que en todas las tramas había un punto débil que era cómo explicar esos viajes en el tiempo. Creo que nadie se lo cree de verdad, es como un juguete abstracto que da para divertirse mucho y pensar pero es algo que nadie cree que de verdad se pueda conseguir. Empecé a desarrollar la relación entre estas dos amigas y lo que se convirtió en una máquina del tiempo fue la propia novela. Se mantiene la idea de que la literatura es una manera de comunicarnos con el pasado de algún modo.

-El paso del tiempo es un tema universal de la historia de la literatura, ¿es algo que le preocupa?

-Me ha preocupado siempre. Y una cosa que he descubierto investigando para la novela es que hasta finales del siglo XIX a nadie se le ocurre la idea de viajar en el tiempo, algo que me parece muy sorprendente. Aparece de forma explícita en la trama. Revisando la literatura clásica y fantástica de todos los tiempos no he conseguido encontrar ningún viaje en el tiempo hasta el siglo XIX. Me parece muy curioso porque el tiempo ha sido siempre una preocupación del ser humano y esta variante no se nos había ocurrido hasta ahora. En la novela, juego con la preocupación universal del paso del tiempo y esa manera extraña y cínica que tenemos ahora de enfrentarnos con el tiempo.

-Algo que, en cierto modo, tiene su eco en la relación intergeneracional que también aborda.

-Es como una subtrama, la relación de Sonia con su madre y con su abuela y esa condescendencia que tiene sobre todo cuando es joven con su abuela en el pueblo y, poco a poco, entiende que hay otra manera de estar en el mundo que es igual de válida y que también es muy valiente.

-El título invita a la melancolía y a esa España rural vaciada...

-A la despoblación, a otras formas de estar en el mundo... y a cosas muy concretas. Una de ellas tiene que ver con mi generación que creo que es la última que se comunicó por carta. Fuimos los últimos que mandamos cartas a los amigos y mandar cartas producía una distorsión del tiempo muy particular que hemos perdido por completo. Mandabas una carta y en realidad mandabas un mensaje al futuro, ahora lo mandamos al presente. Esperamos que la otra persona lo reciba de inmediato, de hecho, si no contesta en 5 minutos ya estamos desesperados.

-¿Cuántas cosas ha visto desaparecer?

-Muchas… Tengo la suerte y la desgracia de que tengo muy mala memoria, eso me libera un poco de estar en una nostalgia continua. Pero bueno, he visto desaparecer las cartas, una cierta España rural, una manera de comunicarnos… y una manera de entender el tiempo. En la infancia nuestro tiempo tenía una densidad distinta que probablemente fuera igual que la de nuestros padres y abuelos, tardes sin hacer nada con los amigos impuestos… Son cosas que ya han desaparecido.

-Usted mismo ha decidido emigrar a la España rural, ¿es un intento de parar el ritmo del mundo en el que vivimos?

-El ritmo en el pueblo es distinto pero la conexión a internet lo ha cambiado todo. Es muy raro, porque tengo una sensación de inmediatez con mis amigos de Barcelona, de Zaragoza, con la gente de Iowa… Se crea una distancia de otro tipo a la que sentíamos de críos.

-Vuelve a publicar con Candaya, ¿se siente cómodo?

-Siempre que les presentó un libro pienso este no les va a gustar, no me la van a publicar pero siguen confiando en mí. Hay afinidad estética pero también ideológica, me gusta mucho la idea de publicar en una editorial pequeña que tiene trato directo con los libreros, con los autores... y es, además, una editorial muy comprometida con autores inéditos.

-¿A qué aspira con esta novela?

-A nada. No tengo grandes aspiraciones. La parte comercial es un misterio. Cuando alguien decide leer un libro mío me parece como un pequeño milagro.

-¿Tiene síndrome del impostor?

-No, no, no me considero peor que otros escritores pero tampoco considero que haya motivos para que lean un libro mío. Cuando estaba acabando de redactar esta novela pensaba ‘para qué hacemos esto’. Yo tengo un motivo personal que es entretenerme, pasarlo bien, indagar un poco en el mundo… pero la parte de publicar el libro, hacer promoción es muy extraña y en estos tiempos todavía más.