Diseñadora de vestuario con amplia experiencia en el teatro, con trabajos como Perdona si te mato, amor, de Carlota Pérez-Reverte, o El Mercader de Venecia, de W. Shakespeare, dirigida por Alberto Castrillo-Ferrer. Ampliamente reconocida por su labor en el cine, como en Los Amantes, de Miguel Ángel Lamata. Su proyecto más reciente en Las niñas, de Pilar Palomero, le ha valido una nominación a Mejor diseño de vestuario a los Premios Goya.

-¿Cómo afronta esta nominación?

-Al principio un poco abrumada, porque pasé de ser una persona anónima a que todo el mundo me llamara, me pidiera fotos, quisiera saber de mí y de mi trabajo. No deja de sorprender todo lo que genera una nominación. Es una alegría compartida con un montón de personas.

- Los uniformes escolares son otro protagonista de ‘Las niñas’, aunque cada una de ellas lo viste según su personalidad. Con un elenco tan amplio, ¿cómo se logra esa diferencia?

-Yo tenía recuerdos de niña pero hay diferentes edades y en cada una se lleva algo diferente. Empecé a documentarme a través de mis propias fotografías, con álbumes de amigas mayores y familiares, de mis tías , de mi madre… Tienes ese recuerdo pero quieres saber más. Aparte, en la película las niñas vienen de diferentes clases sociales y eso se marcaba también en los complementos. A los directores siempre les suelo pedir cinco líneas de cada personaje , de cómo es o dónde viene, y lo que no me dan me lo invento un poco, quienes son sus padres, a que se dedican… Lo hicimos con toda la clase, no solo con las protagonistas.

-Celia, la protagonista, viaja de la infancia a la adolescencia. ¿Su vestuario también?

-Introducimos pequeñas pinceladas poco a poco, para ver toda esa evolución empezamos a desmontar el personaje para buscar su identidad, al principio aparecía bien vestida por su madre y a través de su rebeldía va soltando, se pone una camiseta más corta, se desabrocha la camisa o se acorta la falda.

-¿Estableció cierto paralelismo en la manera de vestir los uniformes y con la de la ropa de calle?

-En los bocetos se veía la personalidad, los complementos del uniforme les pueden acompañar cuando salen a Green, esa discoteca light, en ese vestuario desenfadado e informal. A la protagonista una camiseta más infantil, la primera vez que sale de casa, o las dos hermanas, la influencia que tiene una sobre la otra, más colorida, con un vaquero y un body, la mayor se atreve con un escote. La chica que viene de Barcelona tiene una tendencia completamente diferente, lleva una chaqueta y un gorro.

-¿Hay un elemento común en todas estas niñas que refleje esa entrada a la adolescencia?

-El momento de pasar de la falda al pantalón vaquero, una manera de romper con su normalidad y luego con el pintalabios. Ropa un poco más arriesgada, complementos como los cinturones, que son más cañeros.

-Han sido fieles a la época, pero también a la realidad de la Zaragoza del 92, que en vestuario se podría diferenciar de ciudades más grandes, como Barcelona, de donde viene Brisa.

-Pues ha sido al revés. Hay una parte de la película que no ha visto el público que grabamos las tribus de la ciudad, había una mezcla ecléctica espectacular. Era la eclosión de Héroes del Silencio, teníamos a esa tribus, rockers, siniestros como Los niños del Brasil, la zona pija, la zona de Zumalacarregui... había unas escenas en las que salía todo eso. No es que no hubiera, al reves, hemos tenido que quitar cosas porque la película no hubiera funcionado. Es cierto que con Brisa lo hemos marcado mucho, es la única que lleva con el uniforme una chaqueta vaquera llena de parches de bandas, que te prometo que estaban todos. Con las mochilas también marcamos esa diferencia.

-Este contraste se aprecia en la ropa de la madre de Celia, una mujer moderna de Zaragoza con sus familiares, cuando va a visitarlos al pueblo.

-Eso Pilar lo quiso marcar así. Igual que la niña, que la viste su madre para presentarla, vuelve a la infancia, le pone un vestido azul con chaqueta de lana. Y a la madre la vemos por primera vez sin el uniforme de trabajo, y va en vaqueros.

-Palomero y usted son de esa generación y vivieron los 90 a esas edades. ¿Han bebido en su propias fuentes?

-Cuando Pilar y yo nos conocimos empezamos a recordar desde nuestra perspectiva infantil qué es lo que recordábamos: complementos, cosas que no teníamos de niñas, cinturones de hebilla, bolsos de cuadros, cosas que veíamos a las mayores. En el 92 estamos más cerca de los ochenta que de los recuerdos que tenemos de finales de los 90. Yo no lo recordaba tan colorido, con esos estampados. Sí que recuerdas las hombreras, esos detalles. Fue el momento de la ropa tejana, en chicos y en chicas. Era una época muy de vaqueros.

-El rojo ha quedado fuera de la paleta de colores de la película ¿a qué se debe?

-Hay dos colores que no salen, el blanco, no hay blanco puro. Todo se ha teñido para que tenga ese tono tonado. Al principio les pusimos a las niñas unos pendientes de perla, que al ser blanco brillaban demasiado y los tuvimos que quitar. El color rojo lo quisimos marcar para el coletero final de la niña y en el pintalabios, para que tuvieran mucha más fuerza, para que se viera esa evolución o decisión de ellas de elegirlo. Si lo utilizas en un momento dado, cobra mucha más fuerza.